Tallas de marfil en la Edad Media

El marfil ha sido un objeto de lujo desde tiempos inmemoriales, sólo accesible para monarcas y nobles. La Historia nos ha legado una colección de objetos únicos que constituyen uno de los tesoros menos mencionados de los reinos peninsulares medievales.
Bote de Zamora en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional
Bote de Zamora en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional
Bote de Zamora en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional
Bote de Zamora en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional

Dos puntitos negros, a modo de ojos, destacan sobre todo el tallado. Cuanto más se acerca uno al Crucifijo de don Fernando y doña Sancha, más espectacular es pensar con qué cuidado, mimo y arte se pudo tallar en marfil una joya de esas características. Es el primer crucifijo del románico ibérico que incorpora un Cristo a una cruz latina, ya que hasta el momento sólo se hacían crucifijos, pero sin el personaje principal. El marfil ha sido un producto de lujo, codiciado desde tiempos pretéritos, muy maleable al ser un material orgánico, pero también de relativa resistencia. Y, en la península ibérica, el arte de tallar este material (denominado “eboraria”) y realizar diferentes elementos con el mismo tuvo su máximo apogeo durante la Alta Edad Media (siglos V a XI).

En el antiguo reino de León existió uno de los talleres más importantes de la Europa medieval, que dio a luz piezas tan exquisitas como el crucifijo, que se puede admirar en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (MAN) y que procede de la Colegiata de San Isidoro de León. Sergio Vidal, conservador jefe del departamento de Antigüedades Medievales del MAN, explica que “el taller de León, junto al de San Millán de la Cogolla (La Rioja), supone el máximo exponente en cuanto a la eboraria cristiana”. No obstante, y para no caer en aldeanismos, hay que poner ambos talleres en su contexto y este especialista comenta que “estas producciones coexisten con el resto de la eboraria europea de los siglos X-XII, donde también encontramos muy importantes manufacturas”.

Crucifijo de don Fernando y doña Sancha en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional
Crucifijo de don Fernando y doña Sancha en el Museo Arqueológico Nacional | Foto: Museo Arqueológico Nacional

La eboraria no sólo servía para realizar piezas concretas, sino que fue muy usada para diseñar placas que después de incorporaban a arcas o arcones donde se gurdaban los restos de un santo. Nuevamente, en la Colegiata de San Isidoro de León se pueden ver ejemplos de estas piezas rectangulares de marfil que se disponían a lo largo del arca. En ellas se tallaba la historia del santo y servían para conocerla de un vistazo rápido. En el monasterio de San Millán de Yuso también se encuentra el arca con los restos de este religioso, adornada con las láminas de marfil del arcón original, que se perdió tras la invasión napoleónica de España en el siglo XIX.

Marfil de África

En realidad, el trabajo del marfil para hacer bellezas como el bote de Zamora, también en el MAN y de procedencia árabe, se remonta a Egipto, pero tiene un apogeo artístico en el Imperio Bizantino, tras la caída de Roma en el siglo V, sobre todo en los talleres de Constantinopla, la actual Estambul. En la parte occidental de Europa, desde la península ibérica hasta las tierras germanas, la talla en marfil resurge durante el imperio de Carlomagno (siglo VIII a IX) y es la eboraria carolingia la que va evolucionando hasta cristalizar en las creaciones altomedievales de León o de San Millán de la Cogolla, asociadas al arte románico.

Si bella es la eboraria medieval, igual de interesante es el camino que el marfil debía recorrer hasta llegar al Mediterráneo. En la Edad Media este material procedía principalmente del África subsahariana y Vidal explica que desde esa zona era “trasportado a la costa del Océano Índico y de allí, a través del Mar Rojo, hasta centros como Alejandría, desde donde era redistribuido por todo el Mediterráneo y continente europeo, a través de las rutas comerciales”.

Arca con las reliquias de San Millán en el Monasterio de Yuso: detalle de las placas de marfil que la adornan | Foto: David Fernández
Arca con las reliquias de San Millán en el Monasterio de Yuso: detalle de las placas de marfil que la adornan | Foto: David Fernández

En el mundo actual, donde se puede comprar casi cualquier artículo por Internet en un país lejano y recibirlo en dos días, este viaje nos puede parecer insignificante. Pero en la época medieval requería de semanas y meses, lo que encarecía el precio de la eboraria. De hecho, las tallas en marfil eran un lujo de monarcas y nobles, tanto en la parte cristiana de la península, como en la islámica. Vidal refiere que “ambas son importantes y son siempre consideradas como productos del máximo lujo, al alcance únicamente de las capas más altas de la sociedad”.

Tallas de Oriente

Hasta el siglo XV la península estuvo dividida entre reinos cristianos e islámicos, lo que legó a las generaciones siguientes una riqueza artística y cultural muy difícil de igualar. Entre esa riqueza se encontraba la eboraria andalusí, que “muestra una mayor cantidad y calidad de ejemplos en un momento más precoz”, según Vidal. El conservador jefe del MAN lo ejemplifica con las producciones de época califal de los talleres de Córdoba y Madinat al-Zahra (cerca de Córdoba), como el Bote de Zamora, y las del taller de Cuenca, como la Arqueta de Palencia.

El paso de los siglos fue modificando la eboraria y las diferentes corrientes artísticas dieron otro estilo a las nuevas tallas de marfil. Sergio Vidal señala que “a partir del siglo XVI existen ejemplos igualmente destacados, que siguen los parámetros estilísticos del Renacimiento y el Barroco”.

De Oriente también han llegado algunas muestras a España, como las que se guardan en el museo del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila, aunque en este caso ya son piezas del siglo XVIII.

2 comentarios
  1. Un arte desconocido y ahora, quizá, no tan valorado (de alguna manera, ¡menos mal! Porque el marfil se consigue matando elefantes y rinocerontes….). Los objetos, a veces, más allá de su belleza estética (que, en estos casos es más que evidente) se convierten en pistas clave para comprender una época y a quienes la hicieron posible. Sólo por ver esas arquetas y esos crucifijos merece mucho la pena viajar hasta León y La Rioja y, por supuesto, visitar el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

    1. Son como pequeños destellos que están ahí para acercarse a ellos, tirar del hilo e ir descubriendo historias que casi nadie cuenta, @viajes_de_primera:disqus

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