El Mundial de Brasil no hace despegar su potencia turística y social

Ha comenzado el Mundial de fútbol en Brasil, pero el país se enfrenta a otros retos turísticos y sociales que el campeonato no va a resolver. La única esperanza de los brasileños es que el mismo sea un punto de arranque para mejorar, con los JJOO de Río de Janeiro en el horizonte.
Vista de la megalópolis de Sao Paulo | Foto: David Fernández
Vista de la megalópolis de Sao Paulo | Foto: David Fernández
Vista de la megalópolis de Sao Paulo | Foto: David Fernández
Vista de la megalópolis de Sao Paulo | Foto: David Fernández

Brasil y Croacia han iniciado el Mundial de fútbol que se celebra en el país iberoamericano hasta el mes de julio. Más allá del evento deportivo, la maquinaria turística se ha puesto en marcha. Por ejemplo, Río de Janeiro espera recibir más de 400.000 turistas extranjeros durante la celebración de la competición, aunque hay que esperar hasta el fin de la misma para realizar un balance. La ciudad carioca siempre es un reclamo turístico y el contar con el famoso estadio de Maracaná, donde se celebrarán algunos partidos, será un potente imán para aficionados y otros curiosos. El resto de sedes también esperan un incremento de visitante y, en general, el país quiere que el Mundial sirva como plataforma para mejorar su imagen y dar a conocer Brasil.

La división Travel Intelligence de la empresa tecnológica Amadeus ha calculado que las reservas aéreas desde Europa a Brasil se han incrementado un 60% en la última semana, con Reino Unido, Francia y Alemania como principales emisores. Sin embargo, los países del sur de Europa, Italia, Portugal y España, han reducido sus viajes a Brasil un 10%. Así que la llegada de turistas con divisas está asegurada, pero el país americano se enfrenta a retos más importantes que la organización de un mudial de fútbol. Para empezar, la propia situación social de Brasil, con una muy desigual distribución de la riqueza. Es difícil, si no imposible, explicar a los brasileños la inversión de 8.434 millones de euros, según datos oficiales de Embratur, la sociedad encargada de la promoción turística, en infraestructuras, turismo y seguridad cuando muchos ciudadanos no tienen acceso a una sanidad de calidad o a transportes públicos eficientes.

Este corresponsal viajó a Brasil en 2009 y, aunque la situación ha cambiado en cinco años, los problemas que pudo apreciar en las dos grandes capitales se siguen manteniendo. Por un lado, Río de Janeiro es un polo turístico, lo que hace que las posibilidades laborales sean mayores, incluso en la economía sumergida. A pesar de la pobreza que se encuentra en las diferentes favelas, muestra inequívoca de la existencia de ciudadanos de segunda y primera, la afluencia turística permite a sus habitantes encontrar trabajo. El guía que acompañó a este medio en 2008 explicaba que en los últimos años muchas favelas se habían convertido en lugares de residencia para trabajadores, como forma de salir de una ciudad abarrotada desde el punto de vista constructivo y con precios altos.

El caso de Sao Paulo es diferente. La ciudad es el centro financiero de Brasil, por lo que concentra buena parte de las grandes empresas y negocios que se mueven en este área de influencia. Por ello, las desigualdades son todavía más visibles. Frente a un núcleo de la ciudad coronado por grandes edificios, tiendas y restaurantes de lujo se crea un anillo de favelas en las que se acumula verdadera pobreza. Y esta es una de las razones que motivaron las manifestaciones en contra de las inversiones realizadas para el mundial, mientras se incrementaban los precios de los transportes públicos a una sociedad con ingresos decrecientes.

Y no es que Brasil no sea interesante o no tenga nada que ofrecer. Al contrario, el país cuenta con unos recursos naturales y turísticos de primer orden, que si se pusiesen en funcionamiento de forma adecuada crearían un gigante difícil de batir. Y, mucho más importante que esto, permitirían sacar a amplias capas de la sociedad de una pobreza crónica, creando verdaderas oportunidades para las generaciones más jóvenes. El trabajo que los presidentes Lula da Silva y Dilma Roussef han venido haciendo en los últimos años ha sido encomiable, a pesar de los escándalos de corrupción que les han salpicado. Pero las críticas de su propia sociedad frente al mundial, con intentos de boicoteo y huelgas, dejan claro que no han sido suficientes, con pocos brasileños convencidos de ello.

La presidenta Rouseff pretendía usar el Mundial para crear este círculo virtuoso. Y es que Embratur calcula que se han creado 200.000 empleos en la industria turística para atender la demanda del campeonato de fútbol, que se prevé ingrese 46.784 millones de euros en su economía entre 2010 y 2014. En seguridad se han invertido otros 615 millones de euros y se ha alcanzado la cifra de 5.798 millones para infraestructuras, renovando carreteras, aeropuertos, etcétera. Todo ello quedará para las generaciones futuras y con los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 en el horiezonte, pero el reto está en que este punto de partida sirva para transformar un país con graves problemas y mucha gente dispuesta a crear un Brasil mejor.

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