Alberto Arce ha escrito en Novato en nota roja (Libros del K. O., 2015) una radiografía brutal de Honduras, el país centroamericano con un Estado inexistente. A lo largo de diferentes capítulos, Arce, que vivió en Tegucigalpa durante dos años, va desgranando los detalles del país más violento del mundo, con una población, sobre todo joven, sin esperanza y empujada a la violencia.
En su estructura y por la crudeza con la que hunde su bisturí periodístico, el libro que ha escrito Arce recuerda mucho a la serie televisiva The Wire, que en cinco temporadas, mostraba, desde diferentes ángulos, el negocio del narcotráfico y las bandas organizadas en la ciudad de Baltimore. Así lo hace Alberto Arce usando un lenguaje desnudo y duro para contar las interioridades de la policía hondureña, de la vida cotidiana, de los periodistas, de los políticos o del funcionamiento de las cárceles.
Con estas piezas se compone el puzle de Honduras, uno de los corredores centroamericanos de la droga que después se consume en los EEUU y que, con su tránsito, como en un cuerpo vivo, destroza las perspectivas de futuro de un país entero. En Honduras, las instituciones sólo existen para protegerse a sí mismas y para llenar los bolsillos de políticos (que pagan ataúdes a las víctimas, en vez de crear condiciones de prosperidad), policías (que hacen la guerra a las bandas por su cuenta y asesinan a inocentes), periodistas (comprados y que no cuentan la verdad) o fiscales (timoratos y absorbidos por el sistema). Lo deja claro Arce en la página 100 de su libro: “en Honduras el gran recaudador no es el Estado, sino la extorsión”, de las bandas o de los propios funcionarios.
Honduras es el espejo de casi cualquier país centroamericano, como puede ser Nicaragua, El Salvador o Guatemala, con graves disfuncionalidades y paso natural de la droga que se cultiva en países del sur americano. O de México, que en su zona norte sufre los estragos de los cárteles, que día sí y día también dejan muertos en las calles de Sinaloa o Ciudad Juárez. Alberto Arce llega a una conclusión: “las pandillas son el Estado” (pág. 153), porque al final son estas organizaciones las que, para conseguir sus fines, dan un futuro a sus integrantes: dinero, trabajo, protección social, etcétera. Elementos en los que falla el estado hondureño y que se parecen mucho a la estrategia de grupos terroristas como el Estado Islámico.
Alberto Arce pasó dos años en Honduras como el único corresponsal extranjero, para la agencia Associated Press, en el país centroamericano. Quería comprender y explicar, es decir, hacer periodismo. Trabajar en un lugar en el que la vida no tiene valor y donde el sistema está pensado para destruir a la persona acaba con los ánimos de cualquiera. Novato en nota roja sirve para interiorizar estas cuestiones, para entender qué está haciendo el mundo con países como Honduras (recordemos el revuelo internacional por el golpe de Estado contra Manuel Zelaya para después desaparecer del ciclo de noticias) y para saber por qué debemos conservar el Estado de Derecho y bienestar que hemos creado en Europa y por qué es positivo extenderlo a otras regiones del globo.
Todos los países centroamericanos son herederos de un patrimonio (natural y cultural) único en el mundo. Y en cada uno de ellos hay muchas personas que trabajan a diario para mejorar las cosas pero es cierto que carecen del mismo respaldo estatal que en, por ejemplo, Europa. Libros como éste deberían ayudarnos a viajar a esos países, que merecen mucho la pena, siendo conscientes de su realidad social y a ser más responsables de las seguridades de las que disfrutamos en, por ejemplo, España.