Trabajar en un juzgado es una lección de vida y un master en sociología avanzada. Por los tribunales de España (y de cualquier parte del mundo) pasan las personas más variopintas con los temas más dispares, lo que no es raro, puesto que un tribunal, por definición, es un lugar en el que se dirimen disputas y diferencias. Lo deja bien claro Beatriz Rato, oficial del Ministerio de Justicia, en su libro Juzgue Usted: anécdotas judiciales en España (Ediciones la Cruz de Grado, 2012). Desde desalojos y embargos, hasta notificaciones, separaciones o la forma tan particular de entender la justicia en los pueblos pequeños del interior del país.
Casos curiosos como el carterista que pasa continuamente por el juzgado y al que una funcionaria se encuentra en plena calle actuando sin que el mismo se dé cuenta, con la consiguiente reprimenda cuando vuelve a pasar ante el juzgado. O aquella señora que pide el divorcio de su marido porque le obliga a realizar el acto sexual como en las revistas pornográficas, incluso en la ducha. O la demandante que, antes de su juicio, pide a voz en grito en la sala de audiencias que se paralice la vista porque necesita un… tampax. La propia jueza tuvo que buscar uno en su bolso.
Muchas de las situaciones son desternillantes, aunque la mayoría dan idea de una sociedad enferma de la que nadie se ocupa. La Justicia institucionalizada se ha convertido en un mecanismo impersonal que juzga y ejecuta, pero que no se preocupa de la sociedad en sí misma. Quizá no le corresponda este papel a los organismos judiciales, pero sí que debería existir una comunicación con otras instituciones estatales que llevan a buen puerto este fin.
El libro de Rato también sirve para poner luz sobre los miles de funcionarios que trabajan en los juzgados. Un empleo muchas veces olvidado, otras veces mal ejercido por los propios trabajadores, pero que es esencial y es la primera cara de la Administración de Justicia para el ciudadano. Por eso, también es la primera mejilla que se lleva los golpes de la frustración ante una Justicia que, muchas veces, no se entiende.