Qué ver en Ávila en un día

Qué ver en Ávila en un día de la mano de una guía muy especial.
Muralla y catedral de Ávila | Foto: David Fernández

Teresa Sánchez de Cepeda ha dormido poco durante la noche. Sale al pórtico del Convento de la Encarnación y se coloca la capucha del hábito. No es cuestión de resfriarse en la fría mañana de Ávila, puesto que el paseo hasta el monasterio de Santo Tomás es largo y fatigoso. Dentro de la basílica de este monasterio regido por frailes dominicos le espera su confesor, en la capilla en que Cristo sigue agonizando tras más de mil años de su crucifixión, gracias a la genial talla de Gil de Siloe. La que será Santa Teresa ha dormido poco, porque una idea lleva tiempo rondado por su mente y su corazón. Mientras camina hacia su destino, sumida en sus tribulaciones sobre la necesidad de dedicarse todavía más a la oración y el mensaje de Jesús, Teresa rememora cómo acabó en el Convento de la Encarnación para profesar la regla de las carmelitas calzadas.

Entrada al Convento de la Encarnación | Foto: David Fernández
Entrada al Convento de la Encarnación | Foto: David Fernández

En la actualidad, a este templo de religiosas de clausura, declarado Monumento Nacional, se puede llegar desde la Puerta de la Encarnación, en la parte noroeste de la muralla de Ávila, y aún conserva algunas de las estancias que ocupó Teresa tras su ingreso el 12 de noviembre de 1535. Todavía lo habitan 30 carmelitas bajo condición de clausura, pero cuando Teresa entró en el mismo la relajación de las normas era común y no era raro que familias adineradas de Ávila pidiesen religiosas para que pasasen días enteros con ellas. Es uno de los lugares que ver en Ávila para no perderse nada de la ciudad y de la vida de la religiosa.

En este ambiente es en el que Teresa empieza a concebir la idea de profesar la regla estricta del Carmelo y reformar la vida conventual de esta orden en España. El objetivo: la dedicación absoluta a la oración, la clausura y la igualdad entre hermanas de congregación, independientemente de que sus familias fuesen más o menos ricas. En la planta superior del convento, construido sobre un antiguo cementerio judío, quedan algunos retazos del paso de nuestra protagonista por el mismo y de la biografía de Santa Teresa, como las cartas que se escribía con otras personas de la época que influyeron en ella de forma decisiva, por ejemplo San Juan de la Cruz, un Cristo que le regalaron desde México o alguna reliquia que se dice perteneció a la religiosa. En la iglesia adyacente, transformada desde el siglo XVIII con una estética barroca, se puede acceder a la capilla de la Transverberación, que recuerda el famoso éxtasis de Santa Teresa en el que un ángel le atravesaba el pecho con un dardo incandescente (mística, Santa Teresa y Ávila tiene mucho en común):

Capilla de la Transverberación en el Convento de la Encarnación | Foto: David Fernández
Capilla de la Transverberación en el Convento de la Encarnación | Foto: David Fernández

“vía un ángel cabe mí, hacia el lado izquierdo, en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. […] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos […]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios”. (Libro de la vida, capítulo XXIX, parágrafo 13).

Santo Tomás de Ávila

Teresa va dejando sus huellas por Ávila y llega hasta el monasterio de Santo Tomás, en el otro extremo de la ciudad. Este complejo, del siglo XV y que fue residencia de los Reyes Católicos durante el verano, suele pasar desapercibido en las rutas turísticas por la capital abulense y, sin embargo, en su corazón de piedra granítica habitan detalles como pequeñas hadas que nos susurran secretos al oído. En primer lugar, la basílica con los emblemas de los Reyes Católicos (las flechas y el yugo), quienes financiaron el templo y el palacio adyacente a través de Hernando Núñez de Arnalte, su tesorero. El famoso inquisidor Tomás de Torquemada también apoyó la construcción de este templo y fue enterrado en el mismo tras su muerte.

Fachada de acceso a la basílica de Santo Tomás | Foto: David Fernández
Fachada de acceso a la basílica de Santo Tomás | Foto: David Fernández

La Iglesia de Santo Tomás, con planta de cruz latina y también Monumento Nacional, es uno de esos ejemplos de que la belleza perdura a pesar de la dejadez de las instituciones públicas por cuidar y promocionar una cultura que nos pertenece a todos. Un hecho que no sólo atañe a los españoles, ya que cuando los franceses invadieron el país mediterráneo, usaron la basílica como hospital de sangre tras la batalla de los Arapiles (1812), cerca de Salamanca. Y después, para demostrar aún más su respeto por la cultura, los franceses la usaron como establo.

A pesar de ello, Santo Tomás ha sobrevivido los embates de la incultura y el destino (dos incendios, el último en 1936) y en sus siete capillas se conservan algunos de sus secretos. Santa Teresa oraba y se recogía en una de ellas: la del Cristo de la Agonía (o de las Angustias), que se ha restaurado muy recientemente, incluyendo la talla del crucificado. Tras la mejora se ha hallado una inscripción en la pared, que posiblemente realizó un monje, y en la que se indica la presencia de la santa. En este lugar, Santa Teresa vio cómo San José y la Virgen le imponían un manto blanco y una gran cruz, símbolos de la pureza de pecado en la religiosa.

Altar superior de Santo Tomás | Foto: David Fernández
Altar superior de Santo Tomás | Foto: David Fernández

Dentro del templo dominico hay dos curiosidades llamativas. La primera es que el altar no se encuentra a ras de suelo, donde se sitúan los fieles, sino en un piso elevado, justo en frente del coro, localizado en el extremo contrario, junto con el retablo, obra de Pedro de Berruguete, con escenas de la vida de Santo Tomás de Aquino, el santo que da nombre a la iglesia. Por otro lado, a los pies del altar, pero en el piso inferior, al mismo nivel que los fieles, se sitúa la tumba del infante don Juan, el hijo de los Reyes Católicos llamado a heredar los reinos de Fernando e Isabel, pero que murió a la temprana edad de 19 años. Es una pieza impresionante de mármol de Carrara, obra de Domenico Fancelli, y en su interior no reposan los restos del príncipe, ya que fueron saqueados por las tropas napoleónicas durante la Guerra de Independencia. Quizá al ladrón le haya sucedido como al capitán francés de la leyenda El beso, escrita por Gustavo Adolfo Bécquer, que al ir a profanar la tumba de una bella noble castellana, el guerrero de piedra que la protegía le propinó un guantazo marmóreo que le destrozó la cara.

Tumba del infante don Juan en el Monasterio de Santo Tomás | Foto: David Fernández
Tumba del infante don Juan en el Monasterio de Santo Tomás | Foto: David Fernández

Adosada a la iglesia se encuentra el monasterio y palacio de verano de los Reyes Católicos, con sus famosos tres claustros: el del noviciado (de estilo toscano y diseño simple), el del silencio y el de los reyes. En el segundo se enterraba a los monjes dominicos que morían y también se le conoce como el de los Difuntos. Es el más bello y, en su piso superior, con 38 arcos polilobulados, cuenta con los emblemas de los Reyes Católicos adornando todo el paramento exterior, con 18 arcos en su planta inferior. Por su lado, el claustro de los reyes es el de mayor extensión, con 1.300 metros cuadrados, pero más simple en su decoración, a pesar de los 40 arcos de la planta inferior y de los 56 en la superior, decorados con el perlado abulense, es decir, pequeñas semiesferas integradas en la columna. A través del mismo podemos acceder al Aula Magna de la antigua Universidad de Santo Tomás de Aquino (operativa hasta el siglo XIX), al Museo de Ciencias Naturales y al Museo de Arte Oriental de Ávila. Este último es muy curioso y algunas de sus piezas fueron importadas por los monjes desde sus viajes a China, en el Oriente. Una de las salas más impresionantes es la que muestra las tallas de marfil.

Patio de los Reyes en el Monasterio de Santo Tomás | Foto: David Fernández
Patio de los Reyes en el Monasterio de Santo Tomás | Foto: David Fernández

El románico en la Iglesia de San Vicente

Pero antes de llegar a Santo Tomás, Teresa ha pasado por San Vicente, la iglesia que se sitúa muy cerca de la Puerta de las Carnicerías, una de las principales entradas al recinto amurallado de Ávila. Se erigió en los primeros años del siglo XII, con un estilo de transición entre el románico y el gótico. Como aspecto característico se pueden destacar sus tribunas en la nave superior del templo. En la entrada occidental, bajo las tallas en piedra de los santos y el Pantócrator, Teresa se santigua y reza una oración por el alma de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, mártires por los que se erigió este templo, que murieron asesinados por el pretor Daciano en el siglo IV al negarse a reconocer a los dioses romanos. Es la época en que los cristianos son perseguidos en todo el Imperio Romano.

Basílica de San Vicente desde la muralla de Ávila | Foto: David Fernández
Basílica de San Vicente desde la muralla de Ávila | Foto: David Fernández

Dentro del templo se encuentra una de las obras más importantes del arte románico que quedan en España: el cenotafio de los mártires. Es una creación del siglo XII, concebida y ejecutada por el maestro francés Fruchel, y que se construyó con la madera del retablo románico original. En 2008 se restauró el mismo para recuperar los colores originales de su policromado, ya que había sido repintado con el paso de lo siglos. A través de las diversas tallas de esta tumba que admira Teresa se cuenta la historia de los mártires: su detención, condena y ejecución. Este tesoro centenario también convierte a San Vicente en una de las pocas iglesias juraderas del reino de Castilla, junto con Santa Águeda (Burgos) y San Isidoro de León, incorporada al reino de Castilla tras su unión con el de León en el siglo XIII. Y es que los acusados de un delito eran obligados a posar su mano sobre una rosa bajo el Pantócrator del cenotafio y, si su mano no se pudría en los días siguientes, se les consideraba inocentes. Por una cédula de 1498, los Reyes Católicos eliminaron esta práctica, que salvaba a muchos delincuentes.

Cenotafio de los mártires de San Viente | Foto: David Fernández
Cenotafio de los mártires de San Viente | Foto: David Fernández

Tras orar en el cenotafio, Teresa baja a la cripta, donde se encuentra la piedra en la que, supuestamente, los cuerpos de los mártires fueron depositados tras su asesinato. Antes, la religiosa se postra ante la Virgen de la Soterraña, una talla románica del siglo XIII, patrona de la ciudad. Teresa lo tiene claro: debe profesar la regla estricta del Carmelo y convertirse en una carmelita descalza. Clausura absoluta, dedicación a la Iglesia, silencio riguroso y abstinencia en el consumo de carne. Y no sólo eso, debe trabajar para divulgar esta forma de vida entre sus hermanas de fe. Teresa se quita sus dos alpargatas y las deposita frente a la Virgen. La religiosa sale descalza de San Vicente y de toda enseñanza que no consista en dedicarse a la oración y a Jesús.

Virgen de la Soterraña en la Basílica de San Vicente (Ávila) | Foto: David Fernández
Virgen de la Soterraña en la Basílica de San Vicente (Ávila) | Foto: David Fernández

Convento de San José, el favorito de la santa

En este recorrido por los lugares protagonistas en la vida de Santa Teresa no puede faltar el convento de San José, su primera fundación bajo la regla de las carmelitas descalzas. La religiosa, tras mucho batallar e incluso mantener en secreto la puesta en marcha del convento, consigue echarlo a rodar en 1562. Gracias al hermano de Teresa, a don Álvaro de Mendoza y a San Pedro de Alcántara, la santa compra unas casas viejas y en ellas levanta este convento, en el que hoy viven 20 carmelitas, bajo la regla de clausura absoluta.

En la parte visitable del convento han quedado recogidos algunos utensilios de Santa Teresa e incluso reliquias. Aunque lo más destacable es la Iglesia de San José, adosada al convento y levantada en el siglo XVII. Al lado mismo de esta basílica se encuentra la capilla del siglo XVI original en la que se dio la primera misa para inaugurar el primer convento de carmelitas descalzas de Ávila.

San José era el santo predilecto de la religiosa, ya que tenía la creencia de que intercedió por su vida, rescatándola de la postración que sufrió durante dos años y por la que quedó paralítica.

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