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El negocio de la xenofobia

La inmigración es una realidad que une a las sociedades avanzadas con las menos desarrolladas, porque, en tanto que estados con mayor renta y oportunidade económicas, siempre serán un objetivo para las personas que habitan países en los que la pobreza está a la orden del día. España, Italia o Grecia saben muy bien cuáles son las consecuencias de las políticas migratorias, pero EEUU y México también son poderosos actores en este juego. El negocio de la xenofobia, de Claire Rodier, viene a demostrar que los primeros interesados en la existencia de inmigrantes son los propios políticos y las empresas de seguridad, que ven así garantizado parte de su negocio.

El libro de Rodier, publicado en España por Clave Intelectual, se estructura en cuatro partes en las que se describen desde los intereses económicos que las empresas de seguridad mantienen gracias a los contratos que consiguen de los estados, hasta los campos y centros de internamiento de extranjeros y las agencias supragubernamentales (como la europea Frontex) para colaborar en estos controles. En el libro también se tratan cuestiones como el uso que los políticos hacen de la emigración para atemorizar al electorado con la seguridad y el terrorismo. En medio, los inmigrantes, maltratados tanto por las mafias que les usan para obtener pingües beneficios de su desgracia, como por los países de acogida, que en muchos casos les suspenden derechos fundamentales. La autora aporta datos para justificar que en los últimos 20 años han muerto cerca de 13.000 personas inmigrantes en el Mediterráneo.

Rodier es jurista del Grupo de Información y Apoyo a los Inmigrantes (Gitsi), así que sabe de lo que habla. Sin embargo, esto también parece un problema ya que su apasionamiento al tratar el tema le lleva a realizar manifestaciones y acusaciones que no prueba o para las que no indica fuentes de ningún tipo. Por ejemplo, en el caso de España refiere en varias ocasiones que la Guardia Civil, cuerpo de seguridad con competencias en inmigración, no ha respetado en ocasiones los derechos humanos con los inmigrantes que llegan a Canarias, Ceuta o cualquier playa del Mediterráneo. Es cierto que en contadas ocasiones se ha denunciado que la policía fronteriza española no ha respetado la ley (los recientes casos de devoluciones Marruecos de inmigrantes que habían cruzado la valla en Melilla, ciudad autónoma española en el Norte de África o el ahogamiento de una quincena de inmigrantes tras intentar pasar Melilla a nado y ser disparados con pelotas de goma, lo demuestran), pero en general el comportamiento de la Guardia Civil en frontera es respetuoso con la ley y los derechos de las personas que intentan entrar de forma ilegal en España.

La aportación más importante de Rodier es la desmitificación de ciertos clichés con respecto al inmigrante. No está demostrado por ningún estudio que la inmigración suponga un problema de seguridad e incluso de terrorismo para los países receptores. La autora lo ejemplifica afirmando que, tras el 11 de septiembre de 2001, la seguridad se ha incrementado en las fronteras y no se han podido evitar atentados como los de Madrid en 2004 y Londres en 2005. Además, estos atentados fueron cometidos por personas en situación legal en los diferentes países y que se habían integrado en sus sociedades sin levantar excesivas sospechas (aunque el caso español los cuerpos de seguridad tenían localizados y realizaban seguimientos de algunos de ellos).

De este prejuicio deriva el uso que los políticos hacen de la inmigración, cuestión que no sólo es problema de los mismos, sino de los propios habitantes de las sociedades que no son capaces de formarse una idea exacta de la magnitud del problema y de sus posibles soluciones. A este respecto se echa en falta en el libro de Rodier un capítulo dedicado a las salidas menos mercantilistas y más humanas que se podría dar a la cuestión migratoria. El negocio es un libro de denuncia, pero también debería ofrecer alternativas. Por ejemplo, la posibilidad de regular mejor la entrada de extranjeros en la Unión Europea o la implicación en programas de ayuda a países subdesarrollados, pero con seguimientos y objetivos más serios que los que se desarrollan en la actualidad.

Por otro lado, valioso es el apartado dedicado a la política migratoria de los países europeos con respecto a los estados emisores de inmigrantes. A buen seguro que muchos lectores no conocen cómo España, Italia o la Unión Europea llegan a acuerdos con dictadores y tiranos africanos para que los inmigrantes que salen de sus países sean aceptados en una hipotética devolución. Los políticos europeos se lavan la conciencia sumando a estos acuerdos varios millones para políticas de desarrollo en los países en que se cierran los convenios, pero en la mayoría de los casos ese dinero se pierde en las tuberías de la corrupción y no llega al pueblo llano.

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