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¿Qué es el fascismo?

El fascismo es una forma de conducta política que se caracteriza por una preocupación obsesiva sobre la decadencia de la comunidad en la que está presente. Bajo esta premisa, cualquier forma de pensamiento podría caer en esta definición. Pero el fascismo cuenta con más rasgos que potencian estos atributos: para luchar contra ese sentimiento, el fascismo pone en marcha cultos de unidad, energía y pureza; también cuenta con un partido con una base de masas militante y nacionalista; a ello se suma su colaboración con élites tradicionales, el abandono de las libertades democráticas y el uso de la violencia.

Esta es la definición que Robert O. Paxton realiza en su libro Anatomía del fascismo (Capitán Swing, 2019), una verdadera autopsia de este proceso destructor de sociedades. Paxton usa la técnica de la comparación para diseccionar qué es el fascismo, las características de este movimiento y cómo llegó al poder. Leer la obra de Paxton significa hacer un recorrido por el presente, puesto que muchos partidos políticos europeos comparten estos rasgos (hoy el teológo Juan José Tamayo habla de cristoneofascismo). En España, Vox se ajusta como un guante al traje del fascismo, con la única salvedad del uso de la violencia. Pero también hay referentes en Francia, con el Frente Nacional, o en Alemania, con Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland), por ejemplo. Estas similitudes no quieren decir que estos partidos sean herederos directos de la Falange española, el fascismo francés o el nazismo alemán. El fascismo, como todas las corrientes políticas, también ha evolucionado.

El gran acierto de Paxton es sintetizar y obtener los rasgos más importantes de toda la literatura histórica sobre el fascismo. Como él dice, han corrido ríos de tinta, pero lo relevante son los caracteres esenciales de este movimiento, que son la clave para entender cuándo nos encontramos ante un discurso y un partido fascista. Si el fascismo llegó al poder fue porque aprovechó la crisis económica y política que provocó el final de la I Guerra Mundial (1914-1918). Esta crisis, y el surgimiento previo de los movimientos obreros, provocó que los ciudadanos demandasen soluciones a los políticos. Y estos fueron incapaces de darles respuesta. La sensación evidente entre la población era que las democracias liberales no funcionaban y ello creó un espacio para que una conducta como el fascismo, que prometía soluciones volviendo al nacionalismo, la esencia del pueblo y culpabilizando a los enemigos del momento (socialistas, comunistas, judíos, etcétera), prosperase. Los fascistas no cuentan con un grupo de intelectuales que hayan elaborado su doctrina, sino que explotan los sentimientos viscerales e irracionales de las personas para conseguir sus propósitos.

En realidad, los dos regímenes fascistas que más desarrollo tuvieron, el italiano de Mussolini y el nazi de Hitler, no fueron inevitables, como Paxton argumenta en su libro. Y es un aviso que nos debe servir para el presente que vivimos. Si los nazis llegaron al poder (nunca ganaron unas elecciones por mayoría; lo mismo sucedió con los fascistas italianos) fue por decisiones que tomaron las personas que podían adoptarlas. Los dirigentes y partidos conservadores y liberales, que habían perdido parte de su electorado, prefirieron asociarse y alzar a las cancillerías a los fascistas, que menospreciaban la democracia y la libertad, antes que coaligarse con los socialistas, por ejemplo. Y asociarse con el fascismo era hacerlo con la destrucción, como la evolución de los hechos históricos dejó demostrado. Esta situación recuerda mucho a la que se vive en la actualidad en la mayoría de países europeos.

El trabajo de Paxton analiza diferentes etapas del fascismo: su surgimiento, su estabilización, su acceso al poder y su final. Otro de los aspectos más positivos del libro es que su ímpetu por buscar una definición clara del fascismo le permite analizar otros regímenes que han sido calificados como tales. Por ejemplo, de la dictadura en España del general Francisco Franco, Paxton dice que no fue fascismo, sino una dictadura militar, pues carecía de algunas de las notas características, como el afán expansionista o el uso de la violencia para enfrentarse a enemigos externos.

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