Atenas, de Juan Vicente Piqueras

Siempre se ha identificado Grecia, y por extensión Atenas, como la cuna de la civilización occidental, aunque, como todas las simplificaciones, no es del todo verdad y la realidad es más compleja y apasionante. Sin embargo, la ciudad griega bien merece un libro de poesía que hable no de la urbe, sino de los sentimientos y sensaciones que despierta. Juan Vicente Piqueras se ha afanado en Atenas (Ed. Visor Libros, 2013) por expresar ideas comunes en la literatura y el pensamiento, pero con un lenguaje y una expresión diferentes, que le valieron el premio de la Fundación Loewe en 2013.

¿Qué tiene que ver un volumen de poemas con el viaje o con los viajes? Pues mucho, porque la vida misma es un viaje que agrupa todos los elementos tradicionales: la preparación, el desarrollo, la experimentación y el final. En “Víspera”, Piqueras ya expresa que “has de cruzar el mar / y el incendio de todo lo que has sido / para llegar a lo que no te espera”. La incertidumbre sobre lo que nos deparará el viaje (material y vital), el conocimiento de uno mismo y las oportunidades que nos ofrece: “la pena es quedarse / muriéndose de sed a orillas de una fuente”.

La estructura de este libro de Piqueras sigue esa idea de preparse para el viaje, con la certidumbre de saber que cuando se acabe, el viajero ya no será el mismo que inició la andadura. Las experiencias, el contacto con las personas, con los lugares (habitados por dioses, según Piqueras), nos transforman. Y nos permiten conocernos, siempre con sorporesas, hasta el punto de que el poeta mantiene que “el minotauro está dentro de mi” (“El laberinto”). Pero, ¿de dónde nace ese conocimiento? Para el autor, cuando “admiramos lo desaparecido” (“Museo de la Acrópolis”) y reconoce que “tal vez nuestra cultura nace de estas ausencias, / de lo vacío, de lo que no hay”. Al final, Piqueras resume muy bien que “también nosotros somos lo que queda / de nosotros”.

En el transcurso de este viaje, Piqueras también toca temas más trascendentes, como la fragilidad de la vida, al reconocer que “vivimos en las manos de la Muerte” (“Caronte”, el barquero que traslada las almas entre el mundo de los vivos y el Hades). La falibilidad del ser humano, las falsas seguridades en la vida o el hecho de que determinadas situaciones son consecuencias de fuerzas incontroladas: “nuestros instantes de felicidad / no son sino las chispas de espadas al chocar” (“Lágrimas distintas”, uno de los poemas más bellos). Al final, Piqueras da una visión del trasiego humano, aunque, como sucede con cualquier poesía, el lector puede (debe) interpretar el juego de palabras e imágenes bajo sus propios filtros.

Piqueras no es un desconocido en el mundo de la poesía. La crítica le ha englobado en el grupo de los experimentalistas, con el peligro que conllevan las etiquetas de corrientes contemporáneas. Este valenciano ha vivido en Francia, Italia, Grecia y, ahora, en Argel, donde trabaja para el Instituto Cervantes y ha publicado poemarios como Palmeras o Adverbios de lugar, por sólo citar algunos. Además, Piqueras ha recibido múltiples premios, entre ellos el José Hierro de poesía.