Qué ver en un viaje a Sri Lanka

Pasar entre 10 y 15 días en Sri Lanka da para conocer los lugares más turísticos, pero también aquellos menos visitados y que te revelamos en este reportaje. Estupas, budas tallados en roca o plantaciones interminables de té son sólo algunos de sus atractivos.
Recolectora del té | Foto: Almudena Alameda
Recolectora del té | Foto: Almudena Alameda

Horas de espera en los aeropuertos y en las tiendas libres de impuestos que “solo” tienen perfumes, joyas, ropa cara… ¿te gustaría comprar algo diferente? ¿Un electrodoméstico? Pues en el aeropuerto internacional Bandaranaike de Colombo, en Sri Lanka, puedes hacerlo. Y es que, aunque al llegar al antiguo Ceilán, se piense en plantaciones de té, Budismo o playas paradisíacas, lo cierto es que tras pasar los trámites del visado de turista, el viajero tiene que atravesar la zona de duty free compuesta en gran parte por tiendas que venden frigoríficos, lavadoras, equipos de aire acondicionado, etc. ¡Un comienzo original para un viaje igualmente original!

Aunque siempre he creído que a la hora de viajar hay que buscar caminos poco transitados, en cada país existen lugares que es imprescindible visitar aunque se coincida con masas de otros tantos turistas. Así, da “remordimiento” no conocer la capital de un país aunque, como es el caso de Colombo, quizás no merezca varios días de visita. No obstante, entre sus atractivos figura el bullicioso barrio comercial de Pettah, que refleja la dura vida de la mayoría de los ciudadanos de Sri Lanka, un país en vías de desarrollo. Sus comercios y restaurantes baratos, y la colorida mezquita Jami Ul Alfar, contrastan con el ambiente más burgués de Galle Face Green, animado paseo marítimo salpicado de puestos ambulantes con sabrosos snacks como las tortitas picantes de lentejas rojas con camarones. Galle Face Green, con las torres del World Trade Center y del Banco de Ceilán de fondo, y situado muy cerca del antiguo edificio del Parlamento invita a un agradable paseo y, si las olas lo permiten, incluso a un baño. Terminar la caminata con un té o un zumo de papaya en el precioso y antiguo hotel Galle Face es una forma fantástica de relajarse en una estresante ciudad que sufre, como otras tantas capitales asiáticas, de un tráfico desesperante.

De paseo por los imperios cingaleses

Y tras la impresión de la Sri Lanka contemporánea en Colombo, empiezo el viaje por la Sri Lanka imperial, a las ciudades que fueron, siglos atrás, capitales de las dinastías cingalesas: Anuradhapura, Sigiriya, Polonnaruwa y Kandy. Para ello, la ruta más lógica es ir de norte a sur coincidiendo con el auge cronológico que tuvieron estas ciudades.

Algunas palabras que podrían definir Anuradhapura serían: espiritualidad, grandiosidad…y plantas de los pies quemadas. Y es que Anuradhapura se encuentra en la zona climática más cálida de las tres que tiene el país, con temperaturas superiores a los 30º C, y el acceso a los recintos de los templos obliga a despojarse del calzado. Sin embargo, el sacrificio de sentir la ardiente tierra bajo los pies se ve de sobra compensado por la maravillosa visión de sus enormes estupas. Estupas de un blanco virginal, como Ruwanweli Saya, que se recortan en un cielo azul celeste perfecto, o estupas de dimensiones gigantescas que han desafiado a los siglos pese a estar hechas de un material vulnerable como es el ladrillo (por ejemplo, Abhayagiri Dagaba).

Estupa Abhayagiri Dagaba en Anuradhapura | Foto: Almudena Alameda
Estupa Abhayagiri Dagaba en Anuradhapura | Foto: Almudena Alameda

Polonnaruwa, por su parte, ofrece una gran variedad de monumentos, diversidad de templos en general bien conservados. Además, cuenta con un maravilloso conjunto de esculturas de Buda excavadas en la roca, entre las que figura un enorme Buda tumbado. Otros encuentros impactantes con el Budismo en Sri Lanka fueron: Aukana, impresionante estatua de Buda de pie de 12 metros de altura excavada en la roca, y el templo de oro en Dambulla, un monasterio-cueva creado en el siglo III a.C y que alberga más de 150 estatuas de Buda, así como algunas de reyes cingaleses y deidades hindúes. Una sensación inquietante, entrar en sus enormes salas excavadas en la roca repletas de estatuas multicolor de Buda.

Buda excavado en la roca en Polonnaruwa
Buda excavado en la roca en Polonnaruwa

Pero, además de historia y de espiritualidad, Sri Lanka ofrece oportunidades de poner a prueba nuestra condición física, una de ellas es subir a la cima de Sigiriya, un promontorio rocoso de 370 metros de altura, fruto de una erupción de magma de un extinto volcán. Tras alojar en sus cuevas a monjes durante siglos, fue el lugar elegido por un rey parricida, Kasyapa, en el siglo 5 d.C. En su cima construyó una ciudad amurallada con numerosos jardines. Su intención fue protegerse de su hermano que reclamaba el trono…y también pasárselo bien, por lo que dan a entender los eróticos frescos de una cueva a mitad de camino de la cima y que representan a apsaras, ninfas celestiales, muy bien dotadas. Dejar atrás las enormes garras de leones de piedra que dan paso al último tramo de escaleras y llegar a la cima de Sigiriya, obviando el peligro de enfurecer a las miles de avispas que habitan esos lares, fue para mí uno de los puntos fuertes de este viaje. Aunque poco queda de lo que fue el palacio y los jardines de Kasyapa, las vistas son impresionantes y compensan los sudores de haber subido 1.200 escalones.

Vista del Lago de Kandy | Foto: Almudena Alameda
Vista del Lago de Kandy | Foto: Almudena Alameda

El recorrido por la Sri Lanka “imperial” termina con la visita a Kandy. Una ciudad realmente viva y con un aire cosmopolita, pese a tener poco más de 125.000 habitantes. Quizás su lago rodeado por un bonito paseo y el hecho de albergar la reliquia más preciada del país, un diente de Buda, sean la razón de su charme. Entre las delicias de Kandy figura el Templo del diente; la amplia oferta de tiendas de piedras preciosas; las danzas tradicionales, muchas de ellas realizadas por hombres profusamente adornados, y los jardines de Peradeniya.

El país del té

Sri Lanka es sinónimo de té, por eso, es ineludible visitar la capital de la zona por excelencia de las plantaciones de té: Nuwara Eliya. Desde Colombo se tardan unas tres horas y el último tramo recorre sinuosas carreteras, a menudo bajo la lluvia, ya que esta región es la más fría del país, con una media de 15ºC de temperatura. Ir a Nuwara Eliya en tren desde Kandy es una experiencia emocionante, tanto por las maravillosas vistas de los campos de té como por mezclarse con la población local. Si se sufre de claustrofobia, eso sí, es mejor evitar las multitudes de los vagones de segunda clase y pagar un poco más por un cómodo asiento en el vagón “observatorio”. En el hill county se puede, además, visitar un fábrica de té y conocer el proceso de recolección y elaboración, así como los diferentes tipos de té. Y si, además, se es deportista, el parque nacional Hortons Plains también está cerca. Pero si se prefiere volver a un clima más templado, pueblos como Ella, “colonizados” por turistas occidentales amantes del deporte y la vida sana, son una fantástica opción.

Campos de té en Nuwara Eliya | Foto: Almudena Alameda
Campos de té en Nuwara Eliya | Foto: Almudena Alameda

Y tras disfrutar de la montaña, toca ir a la playa, y Sri Lanka tiene donde elegir. De abril a septiembre, lo más aconsejable para evitar el riesgo de lluvias es ir a las playas del noreste, mientras que el resto del año se suele recomendar acudir a las del oeste y sur. Por las fechas del viaje (agosto-septiembre) elijo la bahía de Arugam, en una zona de mayoría de población tamil y ya recuperada de la tragedia del tsunami de 2004.

Para finalizar este viaje por Sri Lanka escojo Galle, la ciudad más “colonial” de Sri Lanka. Galle, situada al suroeste de la isla pudo haber sido Tharsis, donde el rey Salomón se proveía marfil y pavos reales, conserva en sus calles, sus iglesias y su fuerte el paso de portugueses, en el siglo XVI, y de holandeses y británicos en el XVIII. Placeres en Galle pueden ser callejear entre casas coloniales restauradas y comprar souvenirs en sus tiendas o comer en los restaurantes que ahora alojan, y, por supuesto, caminar por los verdes paseos que recorren las murallas y bastiones del fuerte, y dejarse hipnotizar por los colores de la puesta de sol en el Océano Índico.

Fortaleza en Galle y juego del cricket | Foto: Almudena Alameda
Fortaleza en Galle y juego del cricket | Foto: Almudena Alameda
Con las manos en el curry

Aunque para muchos occidentales comer con los dedos sigue siendo un tabú, si nos desinhibimos podremos disfrutar de la infantil sensación de hacer bolitas, de amasar todo lo que queramos el arroz antes de mezclarlo con los ingredientes del curry y llevárnoslo a la boca. Y es que, en Sri Lanka, el plato más común es el curry, es decir, un guiso compuesto por arroz al que se añaden vegetales, carnes o pescados. Y, por supuesto, lo más característico de la cocina cingalesa, las especias: curry, cilantro, cúrcuma, mostaza, canela, pimienta… El picante es una constante en esta comida, pero es un picante tolerable, siempre que adviertas antes al camarero de que no quieres tu comida demasiado “hot” o tengas la prudencia al añadir picante extra.

Comida vegetariana tamil | Foto: Almudena Alameda
Comida vegetariana tamil | Foto: Almudena Alameda

Para el desayuno y la cena los esrilanqueses suelen tomar string hoppers, fideos de arroz finos que se mezclan con curry de pescado o pollo. Por supuesto, las opciones de comida callejera son múltiples, sobre todo frituras y hoppers, tortitas de harina de arroz que se rellenan con huevo u otras mezclas. Sri Lanka ofrece, además, de platos provenientes de la cocina cingalesa, otros de la cultura tamil. En un restaurante de Nuwara Eliya disfruté, por ejemplo, de una sabrosa comida tamil vegetariana, comiendo con las manos un delicioso Masala Thosai, una especie de crepé relleno y, cómo no, algo picante. Compartir mesa y cubo de curry con “locales”, y hacer cola después en el lavabo para lavarse las manos hace sentirse un poquito menos turista.

Muchos nombres para una isla muy codiciada

La actual Sri Lanka ha tenido muchos nombres, fruto del interés que ha despertado en pueblos foráneos debido, en gran parte, a su privilegiada situación para el comercio naval. Los árabes la llamaron Serendib, allá por el siglo IV a.C.; los griegos Taprobane; los hindúes en sánscrito Simhaladvīpa y los británicos Ceilán. Otros, poéticamente, la han denominado “la perla del Índico”, “el lugar de las joyas” o “la lágrima de la India”. En 1972 el país cambió su nombre de Ceilán por el de Sri Lanka que ya aparecía en el libro sagrado hindú Ramayana y significa algo así como “tierra resplandeciente”. Sin duda, lo es.

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