Qué visitar y qué hacer en Tudela

Tudela es famosa por sus verduras, cultivadas en las huertas a orillas del río Ebro, pero hacer turismo por esta localidad Navarra nos abre las puertas a su historia en la que las tres religiones monoteístas tuvieron mucho que ver.
Pimientos del piquillo
Pimientos del piquillo

Durante la primavera, la ciudad navarra de Tudela celebra lo que ya se ha convertido en una tradición: las jornadas de la verdura. Una fiesta tan popular como profesional, en la que todo el mundo participa y en la que los tudelanos, buenos cocineros donde los haya, pueden poner de manifiesto sus cualidades a la hora de preparar platos y pinchos que se debaten entre la imaginación y la alta cocina, con un resultado delicioso y la única condición de cumplir con una máxima: la exaltación de la verdura tudelana. Todo ello salpicado de fiesta y diversión asegurada.

Y este aprecio por las verduras arranca casi desde el mismo origen de Tudela, no del todo preciso. Se apunta a que su fundador fue el caudillo Amrus ibn Yusuf al-Muwalad en el año 802, bajo el reinado del tercer emir de Córdoba, Al Hakan I. La cuestión es que su creación en torno al río Ebro ya nos da una idea de la procedencia de su pasión y buen conocimiento de la verdura. Como punto de importancia en el sur de Navarra, los romanos también aduvieron en esta zona y sobre la colina que domina la ciudad hay una villa llamada del Ramalote, entre otros vestigios del casco antiguo. opciones sobre qué ver no faltan en Tudela.

A comienzos del siglo IX, Tudela se convirtió en un punto estratégico deseado por todos. Como ciudad musulmana vivió en paz con la colonia judía y la mozárabe durante más de 400 años. De hecho, las tres culturas monoteístas convivían dentro de la muralla, bajo sus propias leyes aunque en diferentes barrios, llegando a ser su morería y su judería las más prestigiosas y numerosas de toda Navarra. Algunas de las callejuelas del centro son un documento histórico en vivo y realizar turismo por ellas resulta entrañable.

Época convulsa

Los cristianos reconquistaron la ciudad a manos del rey Sancho VII “El Fuerte”. Ese mismo que en 1212 ganó la batalla de las Navas de Tolosa y se trajo las famosísimas cadenas que ahora luce el escudo de Navarra. En aquél momento, los musulmanes eran los hortelanos y menestrales, mientras que los judíos eran los comerciantes, banqueros, recaudadores y médicos. No obstante, los musulmanes fueron enviados a vivir fuera de las murallas tras la victoria de los cristianos en las Navas. Allí es donde hoy se pueden encontrar restos de su cultura en algunas de las fachadas más pintorescas de la ciudad. Sin desmerecer, claro está, las de los palacios señoriales de los cristianos en siglos posteriores. Y en 1390, Tudela fue elevada a categoría de ciudad por el rey Carlos III, “El Noble”.

Tudela se caracterizó siempre por el espíritu libre de sus habitantes, por un celoso y férreo amor por sus fueros, libertades y franquicias, al igual que por la lealtad a sus reyes. De hecho, cuando Fernando el Católico puso fin a la independencia del reino, la ciudad se mantuvo fiel a sus reyes aún después de haber sido depuestos y fue el último pueblo navarro en ser sometido, no sin antes conseguir que el propio rey jurase los fueros de la ciudad. Razón por la que se le otorgó el título de “muy noble y muy leal”.

Lo cierto es que la ciudad vivió encerrada por sus murallas hasta el siglo XIX, creciendo únicamente gracias a los espacios no edificados y a las viviendas abandonadas por los judíos, árabes y moriscos. La fabulosa plaza de los fueros, que es el verdadero centro de la ciudad, fue construida a finales del siglo XVII y en 1862 se levantó la estación de ferrocarril, lo que fue clave para que Tudela iniciara una etapa de expansión importante.

El sabor de Tudela

Todo ello ha forjado el carácter hospitalario y jocoso de sus habitantes. Tal parece que la convivencia vivida en el pasado hubiese fructificado en una mezcla particular como pocas: es como pasear por Toledo, rodeados por un paisaje semejante a los Picos de Europa, comiendo productos de la huerta murciana, preparados con el esmero de los pueblos del norte, en un ambiente propio de un pueblo gaditano, pero sin moverse de la misma ciudad.

Comer es precisamente uno de los mayores placeres que puede ofrecer Tudela. Pero comer bien. Además de su famosa fiesta de la verdura, a finales de abril y principios de mayo celebran un certamen de pinchos, que parecen una obra de ingeniería y que no sólo están buenos, sino que llevan tal elaboración que te entran por los ojos para que no puedas resistirte a probarlos.

Pero eso no es lo único que vale la pena conocer, ya que Tudela tiene dos de las fiestas con más tradición de toda la Península: el Volatín y la bajada del ángel, ambas en Semana Santa. La bajada del ángel se produce entre un silencio sobrecogedor que le provoca a uno un sinfín de emociones. El Volatín es algo más popular, más profano, menos sentimental, pero como decía antes, es algo que hay que ver y experimentar en propia carne.

Ambas fiestas son características de la ciudad, pero es que Tudela es una fiesta en sí misma. La gente se reúne en las calles para disfrutar de un buen vino, para charlar y divertirse en compañía, porque parece que allí nadie es extranjero, todos se conocen, todos te conocen, todos te acogen y todos se divierten. Tudela es un plato que hay que saborear con calma.

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