Qué ver en Petra: más que el Tesoro

Petra, literalmente del griego piedra, fue tallada concienzudamente en enormes superficies de arenisca hasta conseguir fundir en un todo ciudad, naturaleza y misterio. El Tesoro es la imagen más conocida, pero visitar la ciudad nos permite ver otras construcciones no menos misteriosas.
El Tesoro de Petra desde el Siq | Foto: Turismo de Jordania
El Tesoro de Petra desde el Siq | Foto: Turismo de Jordania

La ciudad de Petra, que se encuentra a unos 250 kilómetros al sur de Amman, la capital de Jordania, y a 80 kilómetros del Mar Muerto, es uno de los enclaves arqueológicos más importantes del país. De hecho, ya fue la capital del antiguo reino nabateo. Este sitio histórico se localiza en un valle angosto, al este del Calle de la Aravá. Alrededor de la propia ciudad se ha ido construyendo una pequeña aldea, Wadi Mousa, en la que han proliferado los hoteles de una forma un tanto caótica, pero que no afectan de forma directa a la preciosa ciudad pétrea.

La historia de Petra se remonta a su primera ocupación, hacia el año 1200 a.C. por la tribu de los edomitas, habitantes a quienes los nabateos obligarían más tarde a establecerse al sur de Palestina en el siglo VI a.C. Y fueron los nabateos quienes la convirtieron en su capital y en el eje del comercio de especias, sirviendo de punto de paso entre las caravanas de Arabia, Aguaba, Damasco, Palmira o Siria, entre otras regiones importantes del Oriente Próximo antiguo.

Las ruinas de Petra siempre han sido llamativas y han atraido turistas poco convencionales, como los sultanes Bibares de Egipto, a principios del siglo XIII. Pero no fue hasta el año 1812 cuando llegó hasta ellas el primer europeo, Johann Ludwig Burckhardt, quien tuvo que disfrazarse de sultán para poder entrar en la ciudad. No onstante, el primer estudio arqueológico lo realizaron Ernst Brünnow y Alfred von Domaszewski, pioneros en una serie de análisis que continúan vigentes en la actualidad.

Visita a la ciudad de piedra roja

La llegada a Petra se realiza atravesando unos desniveles rocosos de más de 300 metros de altura a través de cuyos desfiladeros, el Siq, se puede contemplar la magnificencia de una imagen impresionante y maravillosa: el Tesoro. Este es el edificio más emblemático de Petra y que ha llegado hasta nosotros, en parte, por su estratégica posición, que lo guarece de la intemperie. Su construcción recuerda al estilo clasicista. El Siq es el pasadizo que nos conducirá a la ciudad escondida que los nabateos construyeron excavando en la roca. Este es el pasadizo que podemos ver también en la película de Indiana Jones La última cruzada.

En las paredes se observan hornacinas dedicadas al dios Dushara en un desfile de hombre y animales que recuerda a las Panatenáicas griegas, pero que se ha ido borrando con los años. También hay una serie de inscripciones históricas, como una muy famosa que alude a la amistad que tenían con Roma y por su enemistad con Cleopatra: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Además, en el camino existe un altar de sacrificios muy rudimentario junto al que aparece una pequeña habitación excavada en la roca que debió servir para guardar los elementos del culto.

El trayecto continúa por la calle de las Fachadas, el mismo corazón de la ciudad, formado por un conjunto de tumbas construidas por los nabateos en los farallones rocosos y que nos recuerdan el arte asirio. Una vez dentro llaman mucho la atención las manifestaciones helenísticas, ya que los nabateos, aún siendo de origen árabe, fueron influidos de forma plena por el estilo arquitectónico y escultórico de los griegos. Un buen ejemplo es la fachada del Templo. Tiempo después, en el año 106 a.C., la ciudad fue conquistada por los romanos y de ahí que se pueda visitar también un teatro romano con capacidad para 3.000 espectadores, a la par que varias calzadas romanas que afortunadamente se conservan en muy buen estado.

El teatro, construido por los nabateos, data del siglo I a.C., aunque la ampliación de los romanos, tras la conquista, le proporcionó un aforo de 7.000 espectadores. Lamentablemente, el terremoto del año 363 d.C. provocó un derrumbe parcial y parte de la estructura fue reutilizada para otras construcciones. En la fachada que está en frente se alzan las llamadas tumbas reales, en las que se realizaron numerosos enterramientos colectivos.

Es imprescindible visitar también el Propileum y el Monasterio, marcados nuevamente con influencias griegas. En el interior de la ciudad se puede disfrutar de una bella decoración en las tumbas, las puertas de entrada a las distintas estancias y en las columnas esculpidas en la piedra. En la zona de excavaciones se pueden visitar el Alto y Bajo Tememos y el Nicho de la Exedra. Por último merece una mención especial el llamado por los beduinos Templo de la Hija del Faraón, un lugar de culto dedicado al dios Dushara, que con 23 metros de altura constituye toda una novedad, puesto que es la única edificación nabatea que no está excavada en la piedra.

Qué comer en Jordania

Los platos nacionales jordanos tienen un toque especial. Es importante tener en cuenta las limitaciones religiosas, pues ellos no consumen nada de alcohol en las comidas, ni carne de cerdo (de hecho, los platos con carne sólo son de pollo o cordero).

Los platos nacionales son el mansaf, el musakhan o el maglouba. Aunque también hay otro tipo de platos tradicionales según la zona, como el kebab, el shawarma, el felafel o el hummus.

La gastronomía jordana combina legumbres, verdura, fruta y carne. Comer bien es una parte importante de la cultura jordana y tras la comida, se acostumbra a disfrutar de una sobremesa con ricos postres y algunos zumos de frutas.

La bebida típica es el arak, un licor aromático de anís. Además, Jordania produce vino, cerveza y bebidas refrescantes.

Mapa de Jordania

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