A Stefan Zweig (1881-1942) le gustaba observar con calma las aguas del Sena; disfrutar del flamenco en Sevilla; pasear por Avignon y comer bien. También le fascinaba Italia y le desagradaban las masificaciones, los viajes organizados y los atascos. Por eso creo que hoy le daría un patatús si comprobara el éxito de los viajes organizados y que sería un firme activista de la peatonalización de las grandes ciudades. Pero se trata de conjeturas. Cada lector sacará las suyas si se anima a disfrutar de la selección de crónicas viajeras que la editorial Catedral ha publicado bajo el título Viajes: una selección (Editorial Catedral, 2021).
Entre los años 1902 y 1940, Stefan Zweig fue visitando Ypres, Chartes, Sevilla, Amberes, Brujas, Nantes o Avignon. Cada una de las ciudades surge de entre las páginas, adquiriendo tanta corporeidad que hasta la brisa fresca de Salzburgo nos agita el flequillo. En sus andanzas, Zweig reflexiona sobre la forma de viajar y el sentido del viaje, pero también sobre el objetivo del arte, el significado del placer, el desarrollo del ser humano y la utilidad de sus construcciones. Es fácil encontrar un juego de oposiciones o uniones entre muchos destinos, como sucede con Salzburgo, a la que hermana con Sevilla gracias al poder de la música, pero distancia de Ypres por haber permanecido intacta durante siglos. Esa visión amplia y comparativa es la que, dice, se consigue al viajar, algo que recomienda a todos los jóvenes del mundo y que, en su caso, se completa con unos vastos conocimientos.
Desde luego, hubo un Zweig anterior a la Primera Guerra Mundial, quizá más esteta y folclórico, y un Zweig posterior a esa contienda, cuyo legado se aborda explícitamente en el relato sobre Ypres (de 1928), uno de los más críticos de la selección. También se percibe en las referencias a la “atmósfera asfixiante” de Austria, en la mirada que dirige a los apátridas de los años 30 o en su llamada a mantener viva y nítida, sin apariencias consumistas, la memoria del pasado reciente.
Vitalista y melancólico, partidario de la aventura, pero también -no lo olvidemos- perteneciente a una clase social privilegiada para la época, las crónicas de Zweig dibujan la Europa de entreguerras y el devenir de una generación, la suya, marcada por la violencia, la muerte y la destrucción: “Puede que nuestra generación al completo, testigo como ha sido de una transición, tenga negado por siempre volver a plantarse ante el mundo con una mirada libre e ingenua”.