Reformemos el islam, de Ayaan Hirsi Ali

Un libro valiente que muestra la importancia de comprender que en los textos islámicos se encuentra la semilla de la violencia que practican grupos terroristas, pero también los propios musulmanes sobre mujeres y niños.
Una mujer árabe usa su móvil para realizar una foto | Foto: Dielmann para Pixabay
Una mujer árabe usa su móvil para realizar una foto | Foto: Dielmann para Pixabay
Una mujer árabe usa su móvil para realizar una foto | Foto: Dielmann para Pixabay
Una mujer árabe usa su móvil para realizar una foto | Foto: Dielmann para Pixabay

Los valores occidentales de libertad, igualdad y respeto por los derechos de las personas, que surgieron en el siglo XVIII, no han calado en todo el mundo. Lo que nos parece lógico en los países europeos, en parte del continente americano y en algunas regiones de Asia, no lo es tanto para la otra mitad del globo. En esa mitad se incluyen la mayoría de países islámicos, como nos recuerda Ayaan Hirsi Ali en su libro Reformemos el islam (Editorial Galaxia Gutenberg, 2015). Se trata de una obra que abrirá los ojos de todos aquellos instalados en el buenismo y que llevará a otros a decir que predica la islamofobia, cuando en realidad es todo lo contrario.

Bien estructurada y con multitud de referencias que dan sustento a sus argumentos, Reformemos el islam parte de una premisa muy clara: el islam no es una religión de paz y de su ideología excluyente, machista y violenta nacen parte de los problemas de convivencia y seguridad a los que se enfrentan las sociedades occidentales. La argumentación de Hirsi tiene un valor mayor, porque esta mujer nacida en Somalia se crió bajo la doctrina coránica y en su mente se introdujeron las ideas islámicas que limitan la libertad personal, denigran a la mujer o marcan (y asesinan) a los homosexuales. Hirsi, que desde pequeña se planteó preguntas sobre su religión y las costumbres que impone, huyó de un matrimonio convenido por su familia y recaló en Holanda, donde consiguió asilo. Como ella misma relata en su libro, allí tuvo que enfrentarse a un choque entre la realidad europea, con la libertad individual como estandarte y el respeto a la persona, y sus propios esquemas mentales, cristalizados bajo las suras del Corán y la sharia.

Hirsi no se anda con pelos en la lengua. Desde el principio deja claro que la justificación de la llamada a la violencia de grupos terroristas como el autodenominado Estado Islámico se halla de forma explícita en los textos sagrados del islam. Pero también deja claro que no está diciendo que las creencias islámicas induzcan de forma natural a los musulmanes a la violencia, sino que el contenido de la religión y el poder político-religioso cuenta con unos resortes para suscitar esa violencia en los ciudadanos musulmanes. Hirsi asegura que “el problema fundamental es que la mayoría de musulmanes, que son pacíficos y respetan las leyes, no están dispuestos a reconocer, y repudiar, la justificación teológica de la intolerancia y la violencia enraizadas en sus propios textos religiosos” (página 21).

Como ya hemos comentado a través de otros libros, el principal problema del islam, y que no tienen hoy (pero sí en el pasado) las otras dos religiones monoteístas (judaísmo y cristianismo), es la imposibilidad para sus creyentes de poner en duda sus preceptos, ya que en caso contrario se debería castigar e incluso condenar a muerte a quien dude de las palabras del profeta Mahoma. Esta creencia, que antepone los versículos de un libro compuesto hace 1.200 años, sobre la razón y la libertad personal hace que todavía se den situaciones medievales en muchos países musulmanes. No sólo eso, sino que la rigidez del islam y de sus intérpretes provocan que la producción cultural y científica en estos países sea pobre, a pesar de estar conviviendo y enfrentándose a las creaciones tecnológicas occidentales.

La reforma necesaria

El discurso de Hirsi es claro y rotundo, duro, pero no desesperanzador, ya que propone una reforma del islam, como el título del libro indica, y cree que la misma ya ha comenzado. De hecho, la autora enumera a los clérigos e intelectuales que han hablado de cambiar los cinco pilares del islam que hacen esta religión excluyente y peligrosa para las personas: la importancia superior de la vida después de la muerte sobre la propia vida terrenal, lo que lleva a relativizar a los terroristas suicidas su propia existencia (en la página 124: “el islam enseña que no hay nada más glorioso que quitarle la vida a un infiel; y mucho mejor si en el acto de asesinato se pierde la propia vida”); el Corán como algo inmutable, la palabra de Dios innegable y la infalibilidad de Mahoma; la sharía como ley integral reguladora de lo espiritual y lo secular; la obligación de los musulmanes comunes de ordenar lo que está bien y prohibir lo que está mal; el concepto de yihad o guerra santa. Es muy interesante la comparación que la autora realiza de la reforma que motivó Lutero en el siglo XVI dentro del seno de la religión católica con la que se está produciendo en el mundo árabe, con las revoluciones en países islámicos y los intelectuales contrarios a la doctrina más intransigente.

Nos parece importante inicidir en la negación del individuo dentro del islam en detrimento de la familia y del grupo, lo que conduce a situaciones horrorosas como los crímenes de honor. El islam se articula como una gran comunidad de creyentes, que está por encima de cada uno de los individuos. Y, dentro de estos individuos hay categorías, ocupando el escalón inferior las mujeres. Un gran acierto del libro de Hirsi es recopilar noticias sobre crímenes de honor, relacionarlos con la aplicación de la sharía y las tradiciones islámicas y darles un contexto para mostrar todo su horror. El horror de la sumisión a una ley emanada del propio texto coránico, salvaje, machista, equivocado y misógino, que no duda en apedrear mujeres hasta la muerte (incluso los propios familiares participan en este crimen) por mirar a hombres, negarse a casarse en matrimonios convenidos, supuestas infidelidades…

No tolerar lo intolerable

En definitiva, Hirsi concluye lo que muchos expertos ya han avisado desde hace décadas: Occidente se enfrenta a un problema que no tiene que ver sólo con los recursos económicos y las oportunidades de las personas, sino con la ideología y las creencias. Por ello debe abandonar el discurso buenista y dejar de tolerar lo intolerable en las sociedades democráticas, amparándose en que se trata de conductas culturales. Por ejemplo, la cobertura de la mujer de pies a cabeza. O los tribunales de la sharia “extraoficiales” que funcionan en algunos países como Alemania o Reino Unido y que sirven para marcar y castigar dentro de la comunidad a las mujeres musulmanas que se atreven a desvelarse, usar pantalones, faldas, etcétera. No son cuestiones culturales, sino actitudes que atentan contra derechos fundamentales del individuo. La prohibición del velo en espacios públicos dentro de Francia produjo polémica (en España, en algunos ayuntamientos ha sucedido lo mismo), pero es una muestra de que los derechos cívicos del individuo y de la ciudadanía en su conjunto deben estar por encima de las imposiciones religiosas absurdas y sin sentido.

Por último, Hirsi llama a abandonar el discurso occidental de que unos pocos han “secuestrado” el islam con fines violentos. La autora plantea la cuestión basándose en los textos coránicos y en las interpretaciones de los líderes religiosos de los mismos: el corán, que fundamenta el credo islámico, contiene un ideario violento, que es en el que se basan organizaciones como Estado Islámico o Boko Haram en Nigeria. Es una ideología extendida entre los musulmanes, que se enseña desde pequeño, en el seno del hogar, y que hace mella poco a poco como el tormento de gota. La prueba evidente de que lo económico no tiene tanta importancia en el terrorismo que se ampara en el islam son los lobos solitarios que han actuado en los últimos meses en París (Charli Hebdo) o los hermanos Tsarnaev, que colocaron la bomba del maratón de Boston (EE.UU). Se trataba de personas que habían tenido acceso a los beneficios de la sociedad occidental y que no dudaron, en el nombre de unas creencias caducas, asesinar a otros.

Para saber más sobre el islamismo y cómo afecta al mundo:

El islam ante a la democracia, de Philip d’Iribarne.

¿Por qué se rebelan?, de Sami Naïr.

Cristianos, de Jean Rolin.

3 comentarios
  1. El problema del Islam es que sigue anclado al siglo VII, pero luego bien que hacen uso de los medios modernos: hoteles, transportes, móviles, armas…Mientras los clérigos de las madrasas no disocien la violencia para la conquista del mundo de los genes de los mahometanos, no hay nada que hacer.

  2. Parece que merece la pena leer a Ayaan Hirsi. Tomamos nota, como ya hicimos con ¿Por qué se rebelan? de Sami Naïr que está resultando, por cierto, esclarecedor.

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