El viajero accidental, de Harry Kelsey

Un libro fundamental para entender la Era de los descubrimientos y la exploración geográfica a través del mar.
Barco con puesta de sol | Foto: 851878 para Pixabay

Barco con puesta de sol | Foto: 851878 para PixabayPor Viajes de Primera.

Ahora que el descubrimiento de América Cristóbal Colón es pasto de la distorsión y del aprovechamiento político más zafio, merece más la pena que nunca recomendar la lectura de El viajero accidental, de Harry Kelsey (Pasado y Presente, 2017), un resumen de la primera vuelta al mundo y de algunas de las exploraciones posteriores. Aunque, por encima de todas las cosas, Kelsey trata de poner en valor a “quienes servían en sus buques (…) que han permanecido, por lo común, en el anonimato”. Muchos de esos hombres cuyo recuerdo reaviva Kelsey dieron la vuelta al mundo más de una vez, “un logro pasmoso en aquel tiempo de exploradores”.

Ese asombro y esa admiración marcan la tónica de un libro que también realza las dificultades a las que se enfrentaban los marinos del siglo XV, tanto económicas, como geográficas: ya entonces, la búsqueda de patrocinadores era tan o más ardua que la de las startups actuales, no sólo por la gran inversión en barcos y hombres sino porque “nadie sabía en realidad, ni en España ni en Portugal, la ingente magnitud de las dificultades con que podía topar (…) la inmensidad del globo terráqueo (…), la vasta extensión del Océano Pacífico”.

Ser valiente estaba bien; tener contactos era importante, pero manejar los datos más precisos –que se conseguían a partir de décadas de estudios de vientos, mareas y cartas de navegación más o menos acertadas- era, casi siempre, la fórmula del éxito. De hecho, Kelsey considera que una de las claves para que Magallanes convenciera a Carlos I del buen fin de su empresa fue la posesión de un globo terráqueo –no queda claro si robado- en el que “señaló el camino que había de llevar, salvo que el estrecho dexó (…) en blanco porque alguno no se lo saltease”, según contó Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas.

La guerra psicológica y el espionaje industrial son otros aspectos que Kelsey documenta con agilidad y que contribuyen a que El viajero accidental sea, al mismo tiempo, una reflexión sobre el sentido del viaje, una especie de novela de aventuras en la que se puede seguir el rumbo a las expediciones de Magallanes y Elcano y a las de Loaísa y Saavedra, Villalobos y, por último, Legazpi, y un repaso a los retos técnicos y financieros de un siglo que determinaría los posteriores.

Sin entrar a enjuiciar los comportamientos de unos y otros, Kelsey deja entrever que la Historia la escriben quienes viven para contarla y que sus discursos no son ni tan honorables ni tan justos como el paso del tiempo nos ha hecho creer. Quizá el que peor parado sale, en ese sentido, es Juan Sebastián Elcano, cuya figura se aleja, a ojos del lector crítico, de la esbelta y límpida silueta del buque escuela que ostenta su nombre, ya mancillado por otras razones.

Su libro vuelve a dar voz a quienes no han recibido ni una tumba digna ni un espacio en sus libros. Él sí concede, a los personajes de los que ha podido seguir la pista documental, unos párrafos, frescos y vigorosos, que contribuyen a dar forma a la Era de las exploraciones y los descubrimientos, para cuya comprensión resulta muy recomendable la lectura de El viajero accidental.

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