El maestro Juan Martínez, de Manuel Chaves Nogales

¿Qué hacía un bailador de flamenco en plena revolución rusa? El periodista Manuel Chaves Nogales conoció a Juan Martínez en París y allí tuvo noticia de cómo se vivió la revolución que debía salvar a los trabajadores desde dentro.
Edificios en Moscú | Foto: jackmac34 para Pixabay

Edificios en Moscú | Foto: jackmac34 para PixabayAlgún día, en el páramo del cine español, algún director (o productor) culto se atreverá a llevar a la pantalla los libros de Manuel Chaves Nogales. El maestro Juan Martínez que estaba allí (Libros del Asteroide, 2013) se inicia con un plano secuencia del bailarín flamenco, nacido en Burgos, que en 1914 reside en París y se ve tentado de dar el salto con su mujer Sole a Constantinopla (Turquía) para hacer mejor fortuna.

Días después de su desembarco en la ciudad turca estalla la Primera Guerra Mundial, que afectará de lleno a Juan Martínez y Sole. Tras los problemas para ejercer su profesión de artistas y bailadores en Turquía, la pareja decide marcharse a Rusia, donde sufrirán el estallido de la revolución rusa y la posterior guerra civil. Antes que como libro, las andanzas de Martínez, reflejadas por la pluma de Chaves Nogales, fueron publicadas por entregas en la revista Estampa desde el 17 de marzo de 1934.

Manuel Chaves Nogales, uno de los mejores periodistas españoles del siglo XX, conoció a Juan Martínez en Francia, a finales de los años 20 del siglo pasado, y quedó encandilado por la historia vital de este bailarín flamenco. Desde el primer capítulo, Chaves da voz a Martínez, quien cuenta la historia de sus desdichas en primera persona hasta el final del relato. La parte central y más importante es la visión que Juan Martínez da de la revolución rusa y que sirve para desmitificar este movimiento como un ejemplo de democratización y triunfo de la clase trabajadora. Martínez no habla de alta política (aspecto que no le interesaba, como recalca en varios pasajes de sus memorias) sino de su día a día para sobrevivir entre la hambruna provocada por los soviets, las persecuciones a extranjeros y judíos, el barbarismo de los defensores del zarismo y de los bolcheviques, o el terror a la Checa, la policía soviética que, arbitrariamente, detenía y asesinaba a quienes consideraba contrarios a la revolución.

Martínez (Chaves Nogales a través de los recuerdos del bailador) destripa la revolución rusa de forma aséptica, contando sus horrores, experimentados en carne propia, pero como un observador, para que el lector saque sus propias conclusiones. Sin adoctrinar y con un humor cínico al que sólo se puede llegar tras haber padecido el sufrimiento que permite mirar el mundo, y a los hombres, con distancia.

La opción de Chaves Nogales de usar a Juan Martínez para que sea él mismo quien cuente sus andanzas por la Rusia roja permite al periodista sevillano distanciarse de la narración y descargar sobre otro la responsabilidad de lo afirmado. El relato contiene detalles verosímiles y, conociendo la pulcritud profesional de Chaves, confirmados por otras fuentes que permitieron al periodista construir el discurso. Sobre la forma, otro detalle: a pesar de estar escrito como novela, el libro es una crónica periodística en toda regla.

Por último, con el respeto que nos merece la experiencia lectora y literaria de Andrés Trapiello, autor del prólogo a la edición de Libros del Asteroide, no podemos estar más en desacuerdo con él cuando afirma que Chaves Nogales no “es un artista de la palabra” o un “poeta”. El manejo de la lengua por Chaves le sitúa a la altura de los mejores escritores hispanos de la historia. Cuestión diferente es que este uso sea preciso y casi quirúrgico, adaptado a cada momento, sin concesiones al surrealismo metafórico, y que difiera del tono empleado por Martínez en su relato, cuya voz debía ser más llana y cercana que la de un prosista consumado. Y, como muestra, valga el retrato que Chaves Nogales hace de Juan Martínez, todo un ejemplo de unión entre periodismo y literatura: “Martínez es flamenco, de Burgos, bailarín. Tiene cuarenta y tres años, una nariz desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana, una frente atormentada de flamenco, un pelo requetepeinado de madera charolada, unos huesos que encajan mal, porque, indudablemente, son de muy distintas procedencias –arios, semitas, mongoles–, y un pellejo duro y curtido como el cordobán”.

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