El islam ante la democracia, de Philippe d’Iribarne

¿Respetar el islam o al individuo? Esta es la pregunta que debe responder Europa y el resto de democracias occidentales. Porque el islam, tal y como lo concibe la corriente de pensamiento mayoritaria, no está por la labor de comprender al extraño.
Un marroquí se dirige a rezar en Casablanca | Foto: Cuivie en Pixabay
Un marroquí se dirige a rezar en Casablanca | Foto: Cuivie en Pixabay
Un marroquí se dirige a rezar en Casablanca | Foto: Cuivie en Pixabay
Un marroquí se dirige a rezar en Casablanca | Foto: Cuivie en Pixabay

Más le vale a Europa comprender el islam, porque el islam no va a hacer el esfuerzo contrario. La Unión Europea, junto con EEUU, son los dos “paraisos” (imperfectos) de la democracia. Regiones geográficas en las que el debate libre, la libertad de expresión, el respeto por la libertad individual y el imperio de la ley emanada de los representantes elegidos por el pueblo son las marcas básicas de su prosperidad. Aspiraciones de muchos musulmanes que se encuentran con la oposición de la doctrina islámica.

En El islam ante la democracia (Pasos Perdidos, 2014), Philippe d’Iribarne hace una incursión en el corazón del pensamiento islámico para explicar los porqués del fracaso democrático en las sociedades islámicas. Aunque el tema que trata es muy interesante en la época actual, el libro se podría haber escrito de otra manera. Se hace muy difícil enhebrar un hilo argumental hasta pasada la mitad del volumen del autor francés, que tampoco es muy extenso, pesto que cuenta con 183 páginas. La conclusión que arroja d’Iribarne, basándose en trabajos de otros para la interpretación del Corán y de textos como la sharia, es que el islam se fundamenta en la ausencia de dudas y en la homogeneidad de la comunidad de creyentes, porque el Corán ya tiene todas las respuestas a las posibles eventualidades que se pueden dar en la vida del musulmán. Y las soluciones que no están contempladas en este texto milenario y arcaico las crean un elenco de intérpretes “oficiales”.

Bajo este panorama se presenta al islam no sólo como una religión, en lo que afecta a la formación de la conciencia personal, es decir, al interior de cada uno, sino como una corriente de pensamiento y comportamiento ético y legal, con influencia en la vida pública del individuo. Todo lo que se encuentre fuera de los límites del Libro o de sus intérpretes supone apostasía y es rechazado. Este pensamiento ayuda a explicar dos cosas. En primer lugar, la oposición frontal a la esencia de la democracia, que es la duda, el debate y hasta el cuestionamiento de lo sagrado. En segundo lugar, los guetos que se crean en muchos países occidentales entre los musulmanes más tradicionales, que se sienten violentados por el pensamiento occidental.

El problema se le plantea a Occidente desde el momento en el que el respeto a la libertad religiosa, por una equivocada concepción de la tolerancia, le lleva a caer en el error de minusvalorar otros derechos igual, o más, importantes y que deben ponderarse frente al primero. Por ejemplo, la libertad de expresión (ahí están los llamamientos de autocontrol y autocensura tras los recientes atentados al semanario Charlie Hebdo en París por sus constantes caricaturas de Mahoma). La preeminencia de la acofensionalidad y el respeto al individuo frente a formas de dominación, como la imposición del pañuelo a la mujer, deben estar por encima del respeto a las tradiciones religiosas.

El libro de Philippe d’Iribarne ayuda a hacerse una idea del pensamiento islámico y plantea multitud de interrogantes sobre qué deben hacer las sociedades democráticas para enfrentarse a planteamientos fundamentalistas y cerrados. Pero, a nuestro juicio, le faltan propuestas para afrontar esta situación. Igual de importante es mostrar el conflicto como proponer soluciones al mismo, más allá de que el lector deba formar su propia opinión. Por otro lado, aunque el tema del terrorismo que hace uso del islam como sustento ideológico no se trata en la obra, se echa de menos un deslinde entre el pensamiento religioso-político y el mal uso que se puede hacer del mismo. Los musulmanes no son terroristas ni aspiran al terrorismo por su forma de pensar.

5 comentarios
    1. Hola @granpumuki:disqus ,

      La solución es necesaria, porque la coexistencia entre el mundo occidental y sus valores con el islámico es inevitabe. No podemos aislarnos en guetos. Nuestra opinión es que se debe partir del respeto. En occidente tenemos parte de este camino hecho y los valores absolutos del hombre y sus derechos son la muestra de ello. Pero el mundo islámico debe avanzar hacia el reconocimiento de realidades como el papel de la mujer en la sociedad y la apetura a otras religiones.

      Pero, como bien apuntas, la solución no es sencilla, aunque debe intentarse.

      Saludos cordiales!

  1. Un análisis muy interesante del libro de D`Iribarne. Aunque con defectos, sobre todo de forma, por esa prolongación casi infinita de los prolegómenos, resulta un referente interesante para enfocar muchas cuestiones actuales desde un punto de vista más profundo que el de los titulares sensacionalistas. Sin duda, una cuestión que hay que abordar ya, el del entendimiento cultural-social-político-psicológico, más allá del uso interesado que el terrorismo realiza de esta fe.

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