Al oeste con la noche, de Beryl Markham

Beryl Markham nació en Reino Unido, pero a los cuatro años ya vivía en Kenia, en la década de 1910. Se crió libre, independiente y fue la primera mujer en cruzar el Atlántico en avión. De todo ello da cuenta en “Al oeste con la noche”.
Beryl Markham vestida de piloto
Beryl Markham vestida de piloto
Beryl Markham vestida de piloto
Beryl Markham vestida de piloto

MADRID.- Si hablamos del África colonial británica nos remontamos a principios del siglo XX, pensamos, literariamente, en Kenia y en la granja de Karen Blixen (o Isaak Dinesen). Pero antes de la escritora de Memorias de África ya existían otros pioneros que mancharon sus ropas con el polvo africano. La británica Beryl Markham (1902-1986) fue uno de ellos y con cuatro años (en 1906) se mudó con su familia a la granja Njoro que compraron en Kenia. Su madre decidió volverse al Reino Unido, pero Markham permaneció con su padre en la colonia británica, donde formó su carácter aventurero y libre.

Hay que ponerse en situación: primera década del 1900, en una sociedad tan puritana, aunque muy relajada en las colonias, como la británica, y una niña que se convertiría en mujer en un mundo de hombres. Si las hazañas de los primeros dominadores occidentales del África negra siempre son atractivas (y en muchos casos vergonzosas por el trato que dieron a los verdaderos propietarios de las tierras que conquistaban), las de una mujer son más estimulates y se pueden trasladar a nuestros días. Markham puso en orden todas sus memorias y las plasmó en Al oeste con la noche (Libros del Asteroide, 2012), su único libro, que se lee con el deseo de que no acabe nunca.

Markham siguió los pasos profesionales de su padre, porque es lo que había mamado desde la infancia: la cría y doma de caballos. Antes de eso, la pequeña Beryl jugó y trabó amistad con los niños kikuyu y con los mayores de esta tribu, que le enseñaron su cosmogonía, en la que el mundo animal tiene una importancia absoluta. Con el paso de los años, y según se trasluce en el libro, Markham llegaría a mirar por encima del hombro a algunas de estas tribus, quizá el aspecto menos destacable de su obra. En cualquier caso, es interesante el modelo clásico que Markham usa para contar sus aventuras, recurriendo a los recuerdos según se van cruzando en su vida personajes que fueron importantes en determinados momentos. Así, aparecen actores tan conocidos en obras de Dinesen, como Lord Delamere, Denys Finch-Hatton (con quien se la relaciona amorosamente) o el barón Von Blixen.

Consciente de que su momento se acababa en África, el padre de Markham decide marcharse a Latinoamérica. La joven Beryl debe buscarse la vida y madurar definitivamente. Se instala al Norte de Nairobi y allí montará su propio negocio de cría de caballos. Mucho más joven que otros profesionales, al principio tuvo dificultades que desaparecieron cuando los purasangre que domaba empezaron a vencer en las carreras de la capital keniana. En este proceso descubrió la aviación, que empezó a surgir tras la I Guerra Mundial, y el placer de volar. De esta forma, Markham dejó el negocio de doma y puso en marcha su pequeña línea aérea: transportaba personas, medicinas, repuestos e incluso planificaba safaris desde el aire. De hecho, el libro se inicia haciendo referencia a un viaje en avión y acaba de la misma forma, cuando Markham se convierte en la primera piloto mujer en atravesar el Océano Atlántico sola, sin escalas, y de Este a Oeste, lo que da título al libro.

¿Otro libro más de recuerdos africanos? Sí y no. A través de las vivencias de Markham vamos descubriendo una África que ya no existe, así como la evolución que se dió en este continente de la mano del hombre occidental. También descubrimos a una mujer poco habitual en su contexto, valiente, independiente, nada mojigata y muy liberal. La mujer del siglo XXI, pero a principios del XX y encima marcando hitos: primera mujer en obtener una licencia de cría de caballos en África y primera mujer en cruzar volando el Atlántico Norte.

En la década de los años 80 del siglo pasado existieron diferentes voces que negaban la autoría de Al oeste… por parte de Markham. Estas voces atribuían el libro a uno de sus amantes, aunque al final se concluyó que la obra sólo la podía haber escrito Marham. Independientemente de la autoría del libro, lo contado exhala tal veracidad, que es una pena que el escritor fantasma que lo compuso no legase más contenido de este tipo a las siguientes generaciones.

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