Qué ver en Urueña, la Santa Espina y Wamba

Urueña (Valladolid) es la única Villa del Libro de España, pero es que también sirve como punto de entrada a pueblos como La Santa Espina y Wamba, una comarca bisagra entre los reinos medievales de Castilla y León, en la que quedan restos de una historia de luchas y de arte misterioso.
Panorámica de Urueña | Foto: David Fernández
Panorámica de Urueña | Foto: David Fernández

En lo alto de una loma, el tiempo, perezoso, se detuvo en pleno siglo XIII para dejar, casi intacta, la muralla de Urueña. Esta localidad vallisoletana, en la zona de los Montes Torozos, recibe su nombre del vocablo vacceo Uru Anna, que según algunos especialistas significa “agua que mana”. Más que por sus manantiales, el municipio es conocido por ostentar el título de Villa del Libro, ya que tras su coraza de piedra medieval se hallan 10 librerías, que cubren desde ejemplares antiguos hasta tomos de caligrafía y cine, pero también tres museos dedicados al libro. Probablemente, Urueña es el municipio español que tiene más establecimientos dedicados a la cultura por cada habitante, aunque la mayor parte de los mismos se dirigen a los turistas.

Además de esto, que hace las delicias de los bibliófilos, lo relevante es que Urueña abre las puertas de la Historia y del interior de la provincia de Valladolid, una zona olvidada, pero antaño crucial. La villa sirvió de bisagra entre los reinos medievales de León y Castilla, y pertenecía a uno u otro en función de quién ganase la última batalla celebrada entre primos hermanos, que eran los reyes que se disputaban las tierras vecinas. Por lo tanto, Urueña era una villa de frontera y de importancia capital, de ahí su fortificación con una de las mejores murallas que quedan en la provincia de Valladolid. Por eso también su posición elevada para otear el horizonte, saber cuándo llegaba el enemigo y defender mejor la posición.

Desde la muralla de Urueña se controlan los campos circundantes, con la ermita de la Anunciada y un palomar | Foto: David Fernández
Desde la muralla de Urueña se controlan los campos circundantes, con la ermita de la Anunciada y un palomar | Foto: David Fernández

Asimismo, Urueña fue uno de los prioratos de la Orden de Calatrava (la primera orden militar hispana) entre los siglos XVI y XVIII y su relevancia fue tal que el municipio vio nacer tres monasterios, cinco ermitas y tres parroquias. Como un castigo purificador de algún pecado, un incendio a finales del siglo XIX destruyó parte de este patrimonio que se encontraba en el interior de la muralla. Sin embargo, se ha conservado, a los pies de la villa, uno de los únicos ejemplos de arte románico-lombardo: la ermita de Nuestra Señora de la Anunciada. La infanta doña Sancha (enterrada en el panteón de la Colegiata de San Isidoro de León), hermana del rey Alfonso VII de León, ordenó construir en este lugar, sobre el Monasterio mozárabe de San Pedro de Cubillas, la ermita que hoy guarda la patrona de Urueña. Y eligió un estilo muy peculiar, el románico lombardo, que se daba principalmente en el reino de Aragón y en la zona del Condado de Cataluña. Se cree que fue un reconocimiento por el casamiento de un conde de Urgel con la hija de un noble vallisoletano.

Un trozo de la espina de Cristo

Doña Sancha y este legado medieval nos llevan, por carreteras que recorren esa meseta de los Montes Torozos, hasta el Monasterio de la Santa Espina. Pero antes de pararnos en este centro religioso es inevitable fijarse en el pueblo que recibe el mismo nombre y que fue creado en el año 1955 como una colonia. La Santa Espina nace por iniciativa del ministro de Agricultura franquista Rafael Casvestany. El pueblo se levantó en una finca de 3.434 hectáreas que había comprado el Instituto Nacional de Colonización (una institución creada tras la guerra civil para poblar determinadas zonas) a la viuda del Marqués de Valderas. A orillas del río Bajoz se construyeron 50 viviendas para los nuevos habitantes, se roturaron las tierras y se preparó una especie de oasis con el que dar empleo a personas de los pueblos vecinos. Cada colono recibía, como cesión, una vivienda, 25 hectáreas de secano (unos 250.000 metros cuadrados), 2 hectáreas de regadío y un huerto de 3.000 metros cuadrados. La propiedad de estos terrenos se adquiría tras 20 años de explotación.

El vergel que produce el río, incluso en pleno verano, el pueblo y el escorzo del monasterio pétreo crean un ambiente misterioso en la zona. Además, nos encontrarnos en el centro de Valladolid, con grandes extensiones despobladas, pero que fue testigo de un hecho histórico de envergadura: el encuentro entre el rey Felipe II y su hermano don Juan de Austria en el siglo XVI, este último un bastardo nacido fuera del matrimonio real de Carlos I. Aprovechando este pasaje histórico se ha creado la ruta de Juan de Austria, que se desarrolla en algunas localidades de la zona. Cuando ambos hermanos se conocieron, el Monasterio de la Santa Espina ya estaba allí, erigido en 1147 por doña Sancha. Sorprende encontrarse una construcción de piedra tan monumental en mitad de ningún sitio. No hay que caer en errores, el edificio actual no tiene nada que ver con el monasterio original del siglo XII, ya que durante el siglo XVII y el XVIII se han realizado añadidos, como las torres y algunas fachadas.

Así se ve desde el exterior el Monasterio de la Santa Espina | Foto: David Fernández
Así se ve desde el exterior el Monasterio de la Santa Espina | Foto: David Fernández

En este monasterio, que fue regentado por la orden del Císter, se conserva la reliquia de la Santa Espina, una de las muchas espinas repartidas por el mundo y que la tradición asocia con la corona que portó Jesús en el momento de su muerte. La misma vino de Francia. Del siglo XII sólo queda la sala capitular, de estilo gótico, y la sacristía, así como el recuerdo de que los monjes que lo habitaban llegaron a controlar 6.000 hectáreas de terrenos en los alrededores. El resto, iglesia incluida, data del siglo XVI, con un estilo renacentista y después barroco. La desamortización de Mendizábal (1835) hizo que los religiosos abandonasen el edificio, hasta que el Marqués de Valderas lo compró en 1888 y lo convirtió en un orfanato y una escuela de agricultura. Durante la guerra civil sirvió como campo de concentración y hoy vuelve a ser un centro en el que aprender oficios relacionados con el campo.

Wamba y su osario de calaveras

Si viajamos aún más en el tiempo, y todavía más al interior de Valladolid, acabaremos en Wamba, pequeño pueblo que recibe este nombre de un rey godo y que cuenta con una de las iglesias mozárabes mejor conservadas de la zona. La misma se construyó sobre restos romanos y visigodos en un momento histórico en el que se reutilizaban materiales constructivos, como por ejemplo un capitel bizantino del siglo V y que es de importación, ya que no se labró en esta región ibérica.

Lo más relevante de la iglesia de Wamba es que su estructura nos lleva a un momento en que la misa era un proceso misterioso. Se seguía el rito mozárabe en el que la eucaristía se ocultaba a los asistentes. Para ello se usaban telas o bien maderas. Los arcos de la iglesia de Wamba que se encuentran en la zona del altar cuentan con agujeros en los que se instalarían estos tableros para que el público asistente no pudiese ver el momento más sagrado de la misa. Esta forma de oficiar se modificó cuando el rito mozárabe fue abandonado por el rito romano, impuesto tras el Concilio de Trento.

Altar y pintura protorrománica de la iglesia de Wamba | Foto: David Fernández
Altar y pintura protorrománica de la iglesia de Wamba | Foto: David Fernández

Otro de los puntos más interesantes de Wamba son los capiteles románicos tallados y que nos recuerdan que hace siglos los campesinos (y muchos nobles) eran analfabetos, por lo que la forma de transmitir las enseñanzas y conocimientos se realizaba a través de las imágenes talladas en estos capiteles, muchas de ellas referentes al infierno y los castigos asociados si uno no era buen cristiano. La parte artística se completa con una pintura protorrománica en el altar, de los siglos X u XI, en la que se reproduce una tela con motivos orientales. Los caballeros de la Orden Hospitalaria fueron quienes dieron a esta iglesia su actual estilo románico, evolucionándolo del visigodo, y dejaron su impronta por toda la iglesia en forma de cruces blancas de ocho puntas.

El osario de la iglesia de Wamba albergó más de 10.000 enterramientos | Foto: Beatriz de Lucas
El osario de la iglesia de Wamba albergó más de 10.000 enterramientos | Foto: Beatriz de Lucas

La parte más curiosa y que da otra capa de misterio a esta iglesia es el osario, que llegó a albergar cerca de 10.000 enterramientos en el siglo XVII y se consideró el más grande de España. Hoy se usa de muestra, pero sus paredes tapizadas por restos óseos y calaveras son un recuerdo de que por encima del hombre queda la Historia. Y que debemos conocerla para usarla en nuestro provecho.

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