Lugares de interés en Medellín y Antioquia (Colombia)

Una expresión dice que los gatos tienen siete vidas. Lo mismo se puede predicar de Medellín, la ciudad colombiana que fue un ejemplo de violencia en la década de 1990 bajo las balas del narco Pablo Escobar, pero que en los últimos cuatro años ha usado las ganas de sus jóvenes para construir un nuevo modelo de urbe más pacífica y moderna. Así afronta su séptima vida.
Vista de Medellín | Foto: David Fernández
Vista de Medellín | Foto: David Fernández

Han salido corriendo desde sus casas. Se llaman Sebastián, Santiago y Jean Carlo. Tres vidas, jóvenes, entre los cerca de 3,5 millones de habitantes que pueblan el área metropolitana de Medellín. Estamos en la capital del departamento colombiano de Antioquia y, más concretamente, en el Cerro de Santo Domingo. Esta fue una de las zonas más conflictivas de la ciudad, donde todavía quedan murales que hablan de aquella época violenta.

Sebastián, el mayor de 12 años, cuenta que hace una década “Santo Domingo no era el mejor lugar para vivir dentro de Medellín. Pero se podía construir un hogar”, que no es poco. La boca de las armas tenía siempre la última palabra y era ley, aunque fuese de muerte. Pero aquí están estos tres chicos para atestiguar que hoy el panorama es diferente y que ellos son la palanca para que las cosas sigan yendo a mejor. De un espacio en el que las bandas, el narcotráfico y la violencia campaban a sus anchas, se ha pasado a un barrio seguro con la cultura, el emprendimiento, la integración y los jóvenes como motor de ese cambio.

Medellín se divide en 16 “comunas” (algo parecido a los distritos), la mayoría de ellas en las laderas del valle que acuna al municipio. En Santo Domingo las casas son humildes, de ladrillo visto, pequeños hogares que miran al futuro. Las calles están llenas de vida, no son raros los puestos callejeros en los que podemos encontrar aguacate con sal, un aperitivo local. Buena parte de las viviendas están habitadas por otro problema: los desplazados del conflicto armado que tantos años ha manchado de sangre el país. Sebastián, junto con Santiago y Jean Carlo, como tres tenores, sigue explicando que “en la zona los tiroteos eran casi diarios y la pobreza extrema”. Los jóvenes no dudaban en alistarse a los cárteles de la droga que pululaban por la ciudad, con el de Pablo Escobar a la cabeza, pues significaba dinero fácil y la posibilidad de llevar una vida más desahogada. De eso sólo quedan las cenizas, en algunas zonas aún humeantes, sobre los que se intenta construir la nueva Medellín. El colorido y el ambiente de esta barriada, con multitud de críos, es una muestra de la evolución positiva.

Hay que ser consciente de la historia, triste, para saber de dónde parte y a dónde se dirige la ciudad. La proclamación del expresidente Álvaro Uribe en 2002 (con sus luces y sombras) significó la implantación de un proceso para acabar con la voz de las armas en todo el país e intentar integrar a las personas menos desfavorecidas para contribuir al crecimiento de Colombia. Aún queda mucho camino, pero los avances se notan, y Medellín es una ciudad relativamente segura en la que podemos hacer turismo y empaparnos de su cultura si usamos la razón y somos precavidos. Como en casi cualquier lugar del mundo.

La gente crea ciudad

El mejor atributo de Medellín es su población: abierta, amables y servicial. Y es fundamental entenderles para comprender cómo han vivido estos años de terror. Porque si la ciudad ha pasado de ser un destino violento a un centro turístico con potencial es gracias a las personas sencillas que estaban hartas de la guerra de cárteles. Ellas son las que están cambiando el panorama de Medellín y recorriendo el largo camino hasta situar la ciudad en los mapas.

Entre las calles de Santo Domingo, el visitante no puede perderse la Biblioteca Parque España (denominada así en honor a la contribución económica que el país europeo realizó para que el proyecto fuese posible) con la vista de la ciudad que se ofrece desde ella. La filosofía que mueve este tipo de complejos (existen otros en construcción) es la de erigirlos como centros en el que todos los habitantes de los barrios que lo rodean puedan pasar su tiempo, acudir a exposiciones, usar la biblioteca y realizar actividades varias. La idea es dar una salida a los más jóvenes para que empleen su tiempo y se formen, estudiando y divirtiéndose. Además, la integración de los habitantes del barrio es incontestable: el 85% de los trabajadores de esta biblioteca viven en Santo Domingo.

Estación de metrocable en el barrio de Santo Domingo, en Medellín | Foto: David Fernández
Estación de metrocable en el barrio de Santo Domingo, en Medellín | Foto: David Fernández

La importancia de estos centros es capital en las zonas más necesitadas. Por un lado suponen una cuña que introduce la cultura y la formación en reductos antaño violentos, verdadera vacuna para acabar con el virus de las balas. Por otro lado, es un espacio de ayuda a las madres viudas (víctimas del conflicto), que pueden confiar en que sus hijos están en buenas manos para integrarse ellas mismas en el mundo laboral.

Para llegar hasta la Biblioteca España desde el centro de la ciudad tomamos el Metro Cable. Este es otro de los proyectos vertebradores de Medellín. Formado por 32 estaciones y con un precio de 1.500 pesos (al cambio unos 60 céntimos de euro), es usado en su mayoría por los estratos más pobres de la sociedad. En una ciudad de las dimensiones de Medellín, este medio de transporte era necesario para que los trabajadores que viven en los barrios más altos del municipio puedan llegar en tiempos razonables a sus trabajos. Claro, para subir con rapidez hasta lugares como en el que me encuentro, a unos 2.000 metros de altura, se usa un sistema similar al del teleférico, aunque más refinado. El Metro de Medellín no tiene nada que envidiar a otros transportes metropolitanos en cuanto a limpieza o puntualidad.

Cultura alrededor de las personas

La vida en Medellín también se mueve en el centro de la propia ciudad, en la parte baja del valle. Por ejemplo, el Museo de Antioquia, cerca del metro Parque Berrio, que fuera antiguo ayuntamiento del municipio con un estilo Art Decó, guarda más de 166 obras del maestro Fernando Botero. Aquí podemos ver el universo de este artista (pintor y escultor), así como sus obsesiones más íntimas plasmadas en los lienzos. Además, el museo no acaba en la puerta de salida, ya que la plaza que rodea al edificio está plagada de las famosas esculturas de este colombiano universal. Caminar por las calles de la ciudad da otras claves de la vida antioqueña, ya que los comercios cuentan con verdaderas ventanas desde las que se atiende al cliente. La fruta, la ropa o variedad de objetos están en la misma acera, frente al local.

En este afán por ver más espacios ganados para los ciudadanos llego hasta el Jardín Botánico, próximo al metro Universidad, un complejo de 12 hectáreas que se sitúa en la que era una de las zonas más empobrecidas de Medellín y con más delincuencia. Hoy es uno de lo reductos culturales del municipio, ya que justo al lado del Botánico se encuentra el Parque Explora, una de las delicias para los más pequeños. El Jardín es gratuito para sus visitantes y Sergio Jaramillo, comunicador del centro, explica que el ayuntamiento se encarga de abonar cada año el precio de las entradas (más de 800 millones de pesos, unos 320.000 euros). La intención es que nadie de la ciudad ni de los que la visitan se quede sin la oportunidad de disfrutar del vergel de jardines y especies que habitan en este recinto. Un total de 260 personas se encargan de cuidar toda la exhuberancia de este Botánico, en el que se pueden encontrar plantas prehistóricas (las “zamias”, protegidas, como es obvio) e incluso iguanas en semilibertad.

Al salir del Botánico nos llama la atención un grupo de jóvenes sentados en las inmediaciones del recinto, todos con una camiseta azul. Jaramillo aclara que se trata de guías urbanos: “el ayuntamiento ha puesto en marcha un programa que sirve para dar ocupación y formación a jóvenes con pocas posibilidades económicas y una posición social difícil”. ¿Su misión? Nuestro lazarillo en el Jardín aclara que “les educan en civismo para que a su vez lo enseñen a la población general”.

Esculturas de Botero en la plaza del Museo de Antioquia, en Medellín | Foto: David Fernández
Esculturas de Botero en la plaza del Museo de Antioquia, en Medellín | Foto: David Fernández

Siguiendo a este grupo de unos veinte chicos y chicas llegamos hasta el Parque Explora. El aspecto del edificio, en forma de módulos rojos acoplados unos a otros, ya invita a entrar en un espacio ideado para tocar y experimentar. Al igual que en muchos otros recintos de la ciudad, el acceso para las clases sociales menos pudientes es gratuito, también para los ancianos. Cada módulo está dedicado a una temática, desde la diversidad geológica de Colombia, hasta la Física o las nuevas tecnologías. Pero que nadie se equivoque: en Parque Explora no nos van a dar lecciones aburridas. No. Se trata de toquetear y poner a prueba las diversas máquinas para aprender el principio físico que hace que funcionen. O sumergirse, casi literalmente, en un acuario para observar de cerca las diversas familias de peces.

Algo que ayuda mucho al visitante es el personal que se encuentra en las salas. Se trata, en su mayoría, de jóvenes voluntarios que se encuentran estudiando en la universidad una carrera relacionada con las materias que se tratan en Parque Explora y se prestan a compartir su conocimiento con los demás. En Medellín se aplica una política del “consejo y no represión”: en vista de que prohibir (dar de comer a los animales o sacar fotos con flash) no funcionaba optaron por “aconsejar”, explicando el por qué. Y parece que funciona.

Fiesta y negocios en Medellín

Volvemos a la calle, que es toda una aventura apasionante por el carácter de su gente. Las personas que viven en Medellín (y en Colombia en general) no tienen la misma visión de los problemas que tenemos en Europa. Cuando desembarcamos en el Aeropuerto Internacional José María Córdova y el olor a trópico húmedo cae sobre nosotros, obligatoriamente debo dejar mis menudencias en el avión. Colombia se está desarrollando y la situación económica de buena parte de su población no es boyante. Y, aún así, la sonrisa, la disponibilidad y la dulzura no se pierden en el materialismo. Esto obliga a los colombianos a ser receptivos y a aprovechar más el momento, el instante. El no arriesgarse, el no preguntar, el no ofrecer, el no insistir puede suponer, a la larga, la diferencia entre comer o no. En Europa no damos importancia a estos problemas, porque contamos con un estado del bienestar consolidado. Lo tenemos casi todo “regalado”, perdemos la perspectiva y nos preocupamos por minucias que en otros lugares ni se plantean.

Otro de los puntos que gustará al turista que desee realizar compras es la denominada “Milla de Oro”, en la Avenida del Poblado (calle 43). Se trata de una sucesión de centros comerciales con las primeras marcas en textil, moda, tecnología, etcétera. En este recorrido apresurado no podemos irnos de la ciudad sin acudir varias noches a la “zona rosa”. Su nombre puede llevar a equívoco, ya que no es el lugar donde se concentre el ambiente homosexual, sino la fiesta de Medellín. Se sitúa en el conocido Parque Lleras, rodeado de restaurantes y bares en los que “rumbear” (bailar y salir de fiesta). Aquí se mueve la gente “guapa” de la ciudad y con posibles (el precio de las copas llega al nivel europeo).

En la parte posterior del Parque Lleras, en la conocida como Carrera 37 se encuentra “Vía Primavera”, una especie de paseo de la moda alternativa. Aquí tienen cabida los diseñadores autóctonos que no encuentran su sitio en las grandes tiendas. Es una buena oportunidad para llevarse en la maleta algo distinto que se salga de la creación industrial a la que estamos acostumbrados.

Vida “paisa” en los pueblos

En la última planta y sólo se oye el rumor de una radio a medio volumen. La concentración en la habitación es máxima para no perder el ritmo, ya que en sus manos se encuentra un trozo de tradición. Con maestría no exenta de rutina, cerca de una veintena de mujeres decoran con motivos florales piezas de cerámica. Para ello utilizan pinceles y colores cálidos. Esta escena sucede en El Carmen del Viboral, uno de los pueblos más reconocidos en el departamento de Antioquía, al sur de la ciudad de Medellín.

Nos hemos desplazado a la parte menos urbana de la región para conocer a las artistas que dan el último toque a una de las cerámicas más famosas de Colombia. Por sus pinceles pasan unas 50 piezas diarias con diseños que vienen de tiempos remotos. Antes, en la planta inferior de esta pequeña fábrica casi artesanal, se puede asistir brevemente al proceso de fabricación y esmaltado, para pasar por el pintado, siempre manual, lo que dota a las piezas de ciertas imperfecciones que las hacen únicas.

El Carmen del Viboral es la representación típica del pueblo “paisa”, nombre que se usa para denominar a los naturales de la región de Antioquia y que deriva de “paisano”. Como si estuviese sacado de una plantilla, el municipio deriva de una plaza central en la que se encuentra la iglesia, el edificio administrativo y un parque en el que se dan cita los más sabios y ancianos del lugar. Después, el resto de calles nacen de este punto creador de forma paralela y perpendicular, conformando una cuadrícula.

Las iglesias son importantes en Colombia (un país extraordinariamente católico) y un aspecto llamativo de sus templos religiosos es que son muy vistosos. Su blancura inmaculada en el exterior contrasta con líneas y ribetes pintados en colores rojos o azules fuertes. Es otra nota de distinción, que se suma a las ofrendas florales realizadas a las imágenes, con especies tropicales que en Europa no veríamos nunca.

Vistas desde El Peñol

Al movernos entre los pueblos más al sur de Medellín llama la atención que la mayoría de los campos están estratificados. Esta es una zona abrupta en muchos puntos y los cultivos deben hacerse en terrazas. Cerca de El Carmen se plantan flores, lo que da un colorido y un aroma especial al paseo que lleva hasta Guatapé, un municipio a orillas de la represa de El Peñol. Esta zona fue inundada en los años setenta del siglo pasado, conformándose el embalse en el que casi flota la ciudad. Es una localidad turística, de poco más de 5.000 habitantes, pero con una peculiaridad: buena parte de sus casas están adornadas con diferentes motivos y pintadas de colores muy vivos, con cenefas en su parte inferior.

En Guatapé también podemos probar un plato típico de estas tierras: la bandeja paisa. No se pasa hambre con esta bomba que se parece al cocido montañés: carne molida, arroz, frijoles, huevo, chorizo y torrezno son los principales ingredientes. Y, aprovechando la presencia en Guatapé, y para quemar un poco de estas calorías, es recomendable subir a la Piedra de El Peñol, una formación rocosa con algo más de 200 metros de altura. Para ascender a la misma el único medio es salvar los más de 700 escalones que separan su base de la cima.

El peñón de Guatapé, con su mirador en lo alto | Foto: David Fernández
El peñón de Guatapé, con su mirador en lo alto | Foto: David Fernández

Se llega arriba sin resuello. Es un ejercicio exigente y en el camino, al asomarse por la escalera para ver el paisaje, el vértigo acude, ya que la subida es vertical, sobre una pared. Pero peor lo pasan los albañiles que suben sacos de cemento a la cima para completar unas obras. Eso sí, la vista merece la pena. Todo el embalse de Guatapé se extiende bajo nuestra mirada, obteniendo una panorámica que calma el alma. Paredes y suelo de la terraza están impregnados de los mensajes que cientos de enamorados han dejado allí: las costumbres tienen un patrón común en todos los continentes y la mano del hombre siempre quiere dejar su impronta.

Reducto colonial

Saltamos del sur al norte de Antioquia y aterrizamos en una vivienda con cinco estancias, una de ellas protagonizada por la presencia de una imagen a tamaño natural de la Virgen de los Dolores con el pecho atravesado por una daga. Es la casa de Livia Virginia Martínez, en el municipio de Santa Fe de Antioquia. Livia, una verdadera señora, recibe a este medio con suma amabilidad y cuenta que desciende del primer cónsul de Bélgica que llegó a la ciudad en el siglo XVIII: Charles Petain. La propietaria me pasea por su morada, una casa de potentado para la época y que todavía conserva la grandeza en sus rincones con utensilios y mobiliario de la época.

El abuelo de Livia introdujo el cacao y la vainilla en la región, procedente de Jamaica. Otras fuentes en la ciudad aseguran que los ascendientes de esta antioqueña fueron los primeros tratantes de esclavos en Santa Fe. Con el dinero que sus antepasados conseguían, a través de tareas que bajo el prisma de la moral contemporáneo nos parecen repudiables, se construyó la iglesia que da vida a la plaza del municipio. Se la conoce como la “Iglesia de los esclavos de la Virgen”. En cualquier caso, la anfitriona no tiene reparo en reconocer la riqueza de su familia y en mostrarla como un elemento más que configura la esencia de Santa Fe de Antioquia.

La dama de Santa Fe de Antioquia | Foto: David Fernández
La dama de Santa Fe de Antioquia | Foto: David Fernández

Al salir del hogar de Livia recorremos Santa Fe en “motochiva”, una especie de ciclomotor de tres ruedas cubierto. A los mandos Ismael Lora, guía en Santa Fe, quien circula por la antigua calle de las damas (hoy “calle de en medio”). Aquí es donde las señoras con más dinero de la que fue capital de la región de Antioquia paseaban su lustre para dejarse ver. En contraposición existe una calle de la Amargura, en la que sólo los esclavos podían arrastrarse… Entre medias de este viaje apresurado, Ismael ilustra sobre las casas más señoriales del pueblo, en las que la distinción social del habitante se dejaba ver en la fachada a través detalles como escudos o artesonados. Este último elemento distinguía exactamente las clases sociales en función de su diseño.

Entre historias de tiempos pretéritos, Ismael nosconduce al Parque de la Chinca, uno de los más importantes de la ciudad, retiro de fin de semana de los habitantes de Medellín por su permanente buen tiempo. En él se encuentra un busto del mariscal Jorge Robledo, fundador de Santa Fe de Antioquia, pero Ismael cuenta una historia más curiosa. Una de las casas que rodean al parque perteneció a María Centeno, una viuda que llegó a tener cinco maridos y de la que se decía que los mataba envenenándoles con la flor de “Bienmesabe”. El pueblo está lleno de leyendas e incluso cuenta con la “Casa del Espanto”, frente al Palacio Obispal, de donde se dice que aparece la imagen de una mujer sin cabeza.

Montados en la “chiva” llegamos hasta el antiguo puente del Occidente, a muy pocos kilómetros de Santa Fe. Es una construcción de 1855 que posibilitó la unión entre las dos orillas del caudaloso río Cauca, salvando una distancia de 292 metros. No hay pilares que sujeten el puente al lecho del río sino que su estructura se mantiene inmóvil a través de un sistema de cables de acero que parten de dos torres, cada una en una orilla. Esta infraestructura sirvió para conectar Medellín con la zona de Yurabá y significó la llegada de la modernidad a esta región. Todavía hoy simboliza la unión entre la antigua y la nueva Medellín, que se desarrolla imparable.

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