La isla mágica de Pascua

Esta pequeña isla de 180 kilómetros cuadrados, olvidada como por error en el medio de la nada, es un enclave mítico y fantástico.

¿Quién no ha oído hablar alguna vez de la Isla de Pascua? Rapa Nui, el ombligo del mundo. Allí, según llegaban le ponía un nombre diferente: Te Pito Te Henua (la tierra del centro del mundo) para los polinesios, San Carlos para los españoles, Rapa Nui para los marineros del siglo XIX y Domingo de Pascua, para los holandeses porque llegaron a sus costas ese día. Sin duda los más originales de todos.

Esta pequeña isla de 180 kilómetros cuadrados, olvidada como por error en el medio de la nada, es un enclave mítico y fantástico. A 3.700 kilómetros de Chile y a muchas horas de avión de cualquier continente, es normal explicarse por qué sus habitantes creían que eran los únicos sobre el planeta. El ombligo del mundo. Por eso concebían la vida de una forma muy particular. En realidad se conoce poco de su cosmogonía o de su versión sobre el origen del mundo, puesto que la raza fue prácticamente extinta, pero lo que conservan es muy interesante. Obviamente no podemos creerlo a pies juntillas porque, al carecer de documentos escritos, todo lo transmitían de forma oral y ya se sabe lo que ocurre con este tipo de informaciones… a veces no tienen mucho sentido.

Según las leyendas, parece que la isla fue colonizada entre el siglo III y el V por una tribu polineasia encabezada por el hijo de un rey que no tenía derecho al trono. Así que siguiendo los consejos de su padre, Hotu Matua fue en busca de su propio reino y llegó a la isla con unos cien hombres. Este rey, tuvo a su vez sus propios hijos. Siete concretamente. Y dividió la isla, de manera que cada uno gobernase su propio territorio. El norte sería para el mayor, del clan Miru, el de la clase noble y él sería el rey. El sur sería para el hijo menor, del clan Tuba Hotu, el de la clase sacerdotal; y el centro de la isla sería dividida en cinco partes más, para los hijos restantes, que serían la clase trabajadora.

La vida en la isla era más o menos sostenible, sin embargo, con la llegada de Hotu Matua, los polinesios trajeron gallinas y unas pequeñas ratas comestibles (comestibles para ellos obviamente) que se alimentaban de gran parte de la flora de la isla, que tampoco era muy abundante, así que entre la deforestación humana y el crecimiento incontrolado de los roedores, en pocos años la isla estaba prácticamente asolada. La clase sacerdotal aconsejaba invocar a los antepasados, ya que era lo más parecido que ellos tenían a los dioses. Así se puso de moda, hacer esculturas que recordasen a cada rey, a cada sacerdote o a cada personaje de cierta importancia en la isla, con el fin de poder invocarlos con mayor efectividad en el futuro… de ahí los famosos moai (no moais porque en su lengua no existe el plural para esta palabra), las cabezas gigantes de piedra.

Ante la adversidad, la ocurrencia fue construir cabezas más y más grandes. Tallando la piedra y después arrancándola de la roca. Como cada vez había más trabajo y menos comida, en poco tiempo las cosas fueron a peor en la isla. Al principio idearon la competición del Hombre Pájaro para decidir quién sería el gobernador (o rey) de la isla por un año, pero estaba claro que esto sólo favorecía a un clan, el clan al que pertenecía el ganador de la competición, mientras que el resto de los clanes se morían de hambre. La población rondaba las 30.000 personas y con tan pocos recursos no tardó en estallar la guerra entre clanes. Primero simplemente se robaban la comida, pero después llegaron a practicar el canibalismo (aunque hay quien dice que era algo ritual). Para llevar a cabo semejante locura, lo primero era resolver la posible protección que pudiera venir de los ancestros, para lo que decidieron tumbar los moai de los otros clanes para que perdieran su poder mágico. De ahí que cuando llegaron los holandeses encontraron la isla en ruinas y tan sólo un poco más de cien hombres viviendo en cuevas.

El secreto de los moai

Los primero pobladores de la isla iban a la cantera del este de la isla, bajo el volcán Poike, en Rano Raraku. Allí esculpían el moai de acuerdo a una medida fijada por los sacerdotes y después lo arrancaban de la piedra (no al revés) para poder dejar que se deslizada colina abajo y quedase de pie. Después, mediante algún mecanismo que pudieron ser bolas de piedra, cilindros de madera, cuerdas o vete a tú a saber con qué… los desplazaban por la isla hasta llevarlos al punto en que debían “cobrar vida”. Allí los colocaban sobre una plataforma ceremonial sagrada, llamada AHU y lo encajaban en la piedra para finalmente ponerle los ojos con piedras volcánicas rojas y obsidiana. En ese momento el moai estaba terminado y ya era un ancestro sagrado.

Con el tiempo decidieron ponerle “el sombrerito” que en realidad lo que representa es el moño que se hacían los rapa nui con el pelo (que además solían teñir de rojo, por eso son de piedra roja). Esto se llamaba PUKAO.

Si les quitaban los ojos, los tiraban al suelo, los rompían… estaban profanados y perdían su carácter sagrado dejando de ser mágicos. Hay moai por toda la isla, de muchos tamaños y de diferentes formas. Incluso algunos estaban arrodillados, aunque actualmente sólo se pueda contemplar uno en esta postura. Por eso no es tan famoso. Los hay con las orejas grandes, pequeñas, adornadas, con dibujos en la panza… es como un carnaval. Hay que verlo.

El origen del Huevo de Pascua

El famoso huevo de Pascua viene de la celebración del Hombre Pájaro y consistía competición entre el mejor atleta (hopu) de cada una de las siete tribus de la isla para ser el Tangata Manu y gobernar Rapa Nui durante un año. La competición comenzaba con la llegar de los gaviotines pascuenses (manu taro), que iban a la pequeña isla vecina, Motu Nui, a poner sus huevos. Los competidores subían a lo alto del volcán Rano Kao, donde estaba el centro ceremonial de Orongo. Este espacio era sagrado y pertenecía a todas las tribus. Desde aquí, tenían que descender por el acantilado con una pequeña balsa de totora, la pora, que luego les ayudaría a flotar mientras nadaban en dirección a la isla. Allí podían permanecer días, mientras los pájaros ponían su primer huevo y los competidores lo encontraban.

Después debían volver nadando y escalar el acantilado de nuevo para entregar el huevo, sin romper, al Hombre Pájaro que les legaba el título. Para esto, no sólo debían jugarse la ida nadando entre tiburones y ser los más rápidos, sino que además tenían que tener cuidado de que los otros competidores no les jugasen una mala pasada lanzándolos al vacío o les quitasen o rompiesen el huevo. El compañerismo, así como la compasión eran dos conceptos desconocidos para ellos, teniendo en cuenta que se jugaban el alimento de todo el año.

La ceremonia y competición tenía lugar en primavera y como el huevo era blanco con pintas negras y había que encontrarlo porque estaba escondido, ésta es la base de la tradición de decorar los huevos en Pascua y luego salir a buscarlos.

Otro lugar mágico

La piedra conocida como “de los deseos”, es una piedra pulida, redonda y grande, rodeada por otras cuatro, también redondas que hay que tocar si es que uno quiere regresar a la isla alguna vez. Está junto al AHU de TE PITO KURA y a simple vista parece tener algún tipo de propiedad magnética que le otorga poderes energéticos muy fuertes.

Los más escépticos pueden probar pasando una brújula por su superficie. La pobre brújula se vuelve loca y no sabe qué hacer con su flecha. Los más sensibles, sólo tienen que poner las manos encima para sentir calor y si se tiene suficiente paciencia, en unos minutos se te duermes las manos, los brazos… es una sensación muy particular.

La piedra, al parecer formaba parte de un AHU, un altar sagrado. De hecho allí se encuentra el moai PARO, que mide 10 metros, pukao incluido y pesa 85 toneladas. Es la más grande erigida en un Ahu y que se cree que fue la última en ser derribada hacia 1840.

Se cuenta que esta piedra fue traída por Hotu Matua en su embarcación cuando llegó a la isla, por eso se la conoce como Te Pito O Te Henua, el ombligo del mundo.

Cómo ir

La verdad es que sólo hay dos opciones viables.
Una es la romántica, que es en barco desde Chile. Se tarda entre dos y tres semanas y teniendo en cuenta que la isla no tiene puerto, sólo se puede aprovechar el barco que zarpa (sin fecha fija) dos veces al año mayo y septiembre) y que lleva abastecimientos a la isla, desembarcando en la caleta Hanga Piko.
La otra, la más sencilla y corta, es la de coger un avión. LAN vuela entre 2 y 4 veces por semana desde Santiago. Son 5 horas hasta el aeropuerto de Mataveri de Rapa Nui. Es probable que en los próximos meses la misma compañía añadirá otra frecuencia desde Lima.

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