La Gran Sabana en Venezuela

En el sudeste de Venezuela existe un espacio mágico anterior al tiempo, un mar de clorofila selvática de donde surgen islas de roca vertical, que desprenden desde sus alturas cascadas que dan vida a los ríos del Amazonas. Esta tierra de encantamiento se conoce como la Gran Sabana.
Salto del Angel desde la base - foto ONT Venezuela
Salto del Angel desde la base – foto ONT Venezuela

La Gran Sabana es un territorio de alternancia de vacío y plenitud, aridez y exuberancia, donde los escenarios naturales son recorridos por majestuosos ríos que contrastan con la variedad de verdes de la espesa selva, para luego serpentear por las abiertas sabanas; o jugar en los numerosos saltos de agua. La Gran Sabana es, sobre todo, y como dicen los indios pemón, “lugar de cerros”, morada de los tepuyes, las montañas más viejas del planeta. Gigantescos bastiones inaccesibles y solitarios, con una fauna y vegetación que no existen en otras partes del planeta, esculpidos durante milenios por el agua y los vientos que rebajaron las tierras circundantes y dejaron en pie las atalayas misteriosas. Encanto que se prolonga cuando se conocen sus ríos, sus torrentes y cascadas, encanto que se vuelve a vivir a cada instante ante sus vistas esplendorosas.

Posiblemente el tepuy más emblemático sea el Roraima (su nombre correcto es Roroima, que significa gran verde azulado), pues, de los 115 tepuyes existentes en la Gran Sabana, éste es el más elevado (2.810 metros de altitud) y la cima por excelencia dentro de este mundo de extrañas hechuras geométricas y arcaicas bellezas, que además hace de vértice geodésico natural a modo de esquina entre Brasil, Guyana y Venezuela.

El Roraima: de árbol a piedra

De acuerdo con la mitología pemón, el Roraima se formó después de que Makunaima talara el gran árbol del mundo, el Wadaca, haciendo caso omiso a las palabras de Akuri, quien había advertido del peligro de este acto. Una vez cortado el árbol mágico se produciría la gran inundación que hoy nos relatan los mitos. Agua que provino del mismo tronco que, después de cortado y haber generado la gran inundación prehistórica, quedó como petrificado, convirtiéndose luego en lo que hoy conocemos como Roraima. De ahí el nombre que muchas veces se le ha otorgado a esta montaña: la madre de todas las aguas o la montaña de cristal.

Sir Walter Raleigh, personaje adorado por el romanticismo inglés, buscando el favor de su soberana, partió del puerto de Plymouth al mando de cinco navíos en busca de la Ciudad Dorada, que según la leyenda registrada por los viajeros y cronistas de indias, era un lugar donde el oro era tan abundante que cubría los caminos. Durante los rituales religiosos, el cacique se hacia cubrir de oro el cuerpo para ofrendar a los dioses. Raleigh se internó en el Orinoco y, como era de esperar, no llegó a ningún sitio. Pero sí escribió el que ha sido considerado uno de los grandes libros de viajes en habla inglesa, y donde describe al Roraima “como una blanca torre de una iglesia excesivamente alta. Allá le cae un poderoso rió, que no toca ninguna parte de dicha montaña, sino que se arroja sobre la cumbre de ella y cae al suelo con un terrible ruido y clamor, como si mil grandes campanas fueran sonadas unas contra otras. Yo creo que no hay en el mundo tan extraña catarata, ni otra tan hermosa de contemplar”.

Pero no todo es tepuy en la Gran Sabana. El agua es su signo: los saltos y los ríos se entremezclan con el verde mar de selva. La quebrada de Jaspe o Kako-parú, un milagro de rocas talladas perfectamente por la naturaleza, aparece ante la vista como una sinfonía de colores, del rojo más encendido al amarillo, manchada de negro a causa de la acción de un hongo. Piedras alisadas y durísimas, parecidas al mármol y a la obsidiana, una vegetación extraordinaria alrededor de las aguas y árboles con maravillosas flores blancas.

El camino hacia el Roraima

La inaccesibilidad geográfica de la región es la que ha permitido que durante siglos este rincón del planeta haya permanecido ajeno a las grandes colonizaciones occidentales destructoras de otros espacios naturales de la tierra. Sin embargo, en 1970 fue inaugurada la carretera que se interna en la Gran Sabana, permitiendo unir la región con las grandes ciudades circundantes. Se trata de la troncal 10, que conecta Ciudad Bolívar con Santa Elena de Uairén, pero no es sino hasta el kilómetro 98, al llegar a la Piedra de la Virgen, Monumento Natural de unos 80 metros de altura, donde se inicia el Parque Nacional Canaima. Atrás quedo el puente sobre el río Cuyuní, un patrimonio histórico construido por Eiffel, el mismo de la famosa torre parisina.

El tramo comprendido entre la Piedra y el Monumento al Soldado Pionero es denominado La Escalera. En este tramo se encuentra el Salto El Danto. Siguiendo esta vía se cruza el Río Aponwao. Unos kilómetros después se encuentra el Fuerte Luepa, también denominado La Ciudadela, un poco después del cruce con la carretera de tierra de Kavanayén y luego el desvío hacia el salto Torón-Merú, al cual sólo tienen acceso los vehículos de doble tracción. Antes de llegar al salto, se pasa por una pequeña quebrada denominada Toroncito.

Continuando por la carretera hacia Kavanayén, se cruza el Río Parupa y se sigue el desvío hacia Iboriwo, pequeño caserío donde se contratan las curiaras para llegar hasta el Salto Aponwao o Chinak-Merú, de 105 metros de altura. Posteriormente, se pasa por el refugio turístico Chivaton y, finalmente, se llega a Kavanayén. En el río Kamoiran se encuentran los rápidos de ese mismo nombre. Por ese tramo de carretera se llega al Kamá-Merú, conocido como Quebrada Pacheco, que ofrece varias caídas de agua de mediana altura y una gran laja que forma un tobogán natural.

Al pasar el río Yuruaní, la primera población que se encuentra es San Francisco de Yuruaní. Cerca de allí, está la Quebrada de Jaspe (Kakoparú). Finalmente, se llega a Santa Elena de Uairén, la mayor población de la Gran Sabana, y desde aquí hasta el Roraima.

Hay un secreto que oculta la Gran Sabana. Los ojos se ponen golosos al verse hipnotizados por verdes tepuyes cuyas cumbres parecen haber sido cortadas “a tajo limpio” por Dios, espejos que se encierran en los ríos, por tanto cielo que se une con la tierra milenaria en el horizonte, en otro caos donde no se sabe si es el agua quien refleja al cielo o viceversa.

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