Rocío Hernández traslada en Pisar cieno (Algaida Editores, 2016) una visión del ser humano como sujeto delicado y sometido a los vaivenes de un azar incompresible y muchas veces doloroso. El poemario de Hernández se convirtió en libro tras ganar el Premio de poesía Ciudad de Badajoz de 2015. A veces, sus poemas son evocadores de una infancia común para muchas personas en la linde de los cuarenta años y, otras, son duros como las piedras con las que uno tropieza en su andadura vital.
El libro está dividido en tres partes que se refieren a documentos civiles sobre la familia o el individuo, como el documento de identidad o el libro de familia. Cada uno de ellos sirve de receptáculo para poemas que van desgranando la fragilidad del ser humano, la inseguridad que provoca la madurez, el abandono de la infancia, la vulnerabilidad social y económica y el descubrimiento de la finitud de los seres queridos. Son temas universales, pero tratados con un lenguaje moderno por Hernández, muchas veces duro, con continuas referencias a la muerte.
En un mundo cada vez más tecnológico y de bombardeo continuo de información, la autora trata la memoria como vía de reflexión y camino que los familiares muertos sigan estando presentes. Pero a la vez, esta memoria se constituye como aguijón inmisericorde que nos recuerda el dolor por su pérdida. “¿A qué vienes, / imbécil, / memoria inmunda, / fétido alacrán de las tumbas, / a traerme la llaga de mis muertos?” (“La flor cadáver”, p. 29). Se trata de versos con ciertas similitudes estilísticas, e incluso de fondo, a aquellos de Gil de Biedma: “si vienes luego tú, pelmazo, / embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, / zángano de colmena, inútil, cacaseno, / con tus manos lavadas, / a comer en mi plato y a ensuciar la casa?” (“Contra Jaime Gil de Biedma”). Referencias estilísticas y temáticas probablemente inspiradas en Gil de Biedma o Ángel González, quienes también trataron la finitud y el paso del tiempo.
Por último, el “cieno” al que hace referencia el título adquiere varios significados a través de la obra, pero casi siempre bascula en el terreno semántico de lo negativo, de la trampa que impone la vida y que arrastra a su fondo la inocencia del niño cuando descubre que la muerte acecha en cada rincón de la existencia. Por ejemplo, en “Anillar”, Hernández escribe “¿En qué extraño despiste de las horas / notarás que tus pies estén presos del barro, / de un cieno inaugural que manche tus zapatos / y aniquile la gracia con su aliento?”.
Apetece leer este poemario después de esta reseña. ¡Gracias!