Hacia el trono de los dioses, de Herbert Tichy

Herbert Tichy consiguió una moto con 23 años y se lanzó a recorrer los grandes países asiáticos: la India, Afganistán o el Tíbet. En este libro cuenta sus aventuras hasta llegar al trono de los dioses, una de las montañas sagradas del Himalaya.
Portada de "Hacia el trono de los dioses"
Portada de “Hacia el trono de los dioses”
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MADRID.- “Sólo por ti, humilde mozo de caravana, vale la pena encerrar para siempre en el corazón las solitarias cordilleras y desiertos de Afganistán”. Lo interesante de este libro del austriaco Herbert Tichy (Viena, 1912-1987) no son las aventuras que relata, que también, sino que escribe sobre lugares que ya no existen, aunque el contexto de sus expriencias sigue perviviendo. Nos explicamos. Hacia el trono de los dioses. Por los caminos y senderos de Afganistán, La India y El Tíbet es un retrato de un área geográfica que ha cambiado en los últimos ochenta años. Sin embargo, el libro también es una muestra de las tensiones políticas que ya se sentían en Asia central, cuyas consecuencias afectan a toda la región en nuestros días. Al final, Tichy nos habla de la libertad de unas tierras y sus habitantes (a pesar del dominio colonial) que ha sido secuestrada por el fundamentalismo islámico o la irrupción de China y su política uniformizadora en Tíbet.

El libro gustará al amante de la literatura de viajes, pero será una delicia para el que ame viajar en moto. Tichy, con veintitrés años, dejó su Viena natal, consiguió una motocicleta y, con la excusa de recoger material para su tesis doctoral, se pasó un año recorriendo la India, Birmania, Tíbet y Afganistán. El documento que nos ofrece, con un estilo muy directo y carente de las florituras de otros escritores, nos muestra una India pretérita, la del colonialismo, pero que entronca directamente con lo que hoy es el país asiático. En 1935, cuando Tichy emprende su viaje, ya se estaban poniendo las bases de la mayor democracia del mundo por número de ciudadanos. Es curioso conocer las correrías de Tichy por las ciudades indias de Lahore, Islamabad o Pesawar. Sí, hoy pertenecen a Pakistán, pero es que este país no nació hasta 1947 como consecuencia de los movimientos nacionalistas que se desarrollaron en el mismo y del proceso descolonizador tras la II Guerra Mundial. Otro guiño a la actualidad: “Entre la ciudad castrense india de Peshawar y la frontera de Afganistán hay una zona montañosa de unos cincuenta kilómetros de ancho […] habitada por tribus montañesas libres […] que viven de la rapia y la ganadería”.

El autor dedica buena parte del libro a la gigantesca India. La magia de los yoguis protectores, la sacralización de las vacas y otros detalles del día a día indio se nos dan a conocer a través de diálogos con personajes y protagonistas que Tichy se encuentra en el camino, entre parada y parada de su motocicleta. Esto hace que la lectura sea más interesante y amena que si se recurriese a una simple descripción de costumbres.

Otra delicia de este libro es la forma que tiene su autor de viajar. Es el viaje con mayúsculas, alejado de lo que hoy son los circuitos internacionales preparados por las agencias y turoperadores (que entonces ya se empezaban a dar, valga como prueba la mención del gigante Thomas Cook en una parte del libro). Tichy se aloja en casas de desconocidos o de amigos de un viaje anterior por la India. Pero al salir de este país es cuando debe buscarse la vida para dormir, comer o asearse. Cualquier sitio es bueno y si no, la tienda que porta en su moto y el limpio cielo de la noche asiática son un refugio igual de válido… siempre que no se encuentre con el monzón. Esta es una prueba más de un mundo ya inexistente e inocente, donde las buenas maneras y el respeto por el otro eran la norma. Hoy es diferente. No decimos que viajar de esta forma por Asia sea imposible, pero sí es muy difícil. En ciertas zonas de la India, Pakistán y Afganistán se ve al extranjero como un peligro y el fundamentalismo islámico que se ha instalado en algunas de estas sociedades no entiende de tolerancia con nadie.

Con respecto a Afganistán, presente en las noticias europeas desde 2001, pero que antes casi ni se mencionaba, Tichy realiza una descripción política que se podría ajustar muy bien a nuestros días. “Muy raros serán los turistas que visiten este país”. El autor realiza un recorrido por la historia reciente y los vaivenes de Afganistán, siempre entre dos potencias como Rusia y Reino Unido. Su feudalismo, los intentos renovadores y modernizadores de Amanullah, la influencia fanática de los que entienden que la religión islámica debe regir la vida civil de las personas. ¿Nos suena? Tichy no sólo se centra en la historia y la política, que cubre una parte mínima de esta obra, sino que también relata sus aventuras en un duro Afganistán, así como las costumbres de sus habitantes. El autor divide su paso por el país asiático en dos capítulos. En el último recorrerá la parte norte, hasta Herat para después entrar en Irán y volver a Europa en su motocicleta.

Hacia el trono de los dioses

Una de la partes más importante del libro es la que Tichy dedica a relatar sus correrías por el Himalaya y como intenta coronar el Gurla Mandhata, un pico de la famosa cordillera de 7.694 metros de altura. Tichy y su amigo no lo consiguen por muy poco. Hablamos de 1936, cuando las ascensiones a los picos más altos del mundo no se hacían con los adelantos técnicos de la actualidad. A unos 400 metros de la cumbre, Tichy tuvo que abandonar debido a su lamentable estado y las condiciones meteorológicas. Hasta 1985 no se volvería a ascender al Gurla Mandhata, esta vez por parte de una expedición japonesa.

Tras este “fracaso”, Tichy sigue su peregrinación por el Tíbet, relatando sus aventuras. Entonces, el país situado entre la India y China estaba vedado a los occidentales. Y aquel que lo atravesaba, si era capturado, acababa muriendo. El autor se ve en diferentes situaciones de peligro, aunque sale airoso y puede volver a la India, para terminar su viaje a través de Afganistán. Antes realiza una visita al Kailash, la montaña sagrada, el “trono de los dioses” del que recibe título el libro. Se trata de una referencia en las religiones induístas y budistas, además de ser la montaña en la que nacen los grandes ríos asíaticos, como el Indo, por ejemplo.

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