El náufrago de la Gran Armada, de Fernando Martínez

“El náufrago de la Gran Armada” (Ediciones B, 2015), pone de relieve que el fracaso de la Armada Invencible en su misión de destronar a la reina de Inglaterra no fue tan importante ni tan dañoso para España. Con un estilo original y atrevido, Fernando Martínez da las claves de una batalla crucial en la Europa del siglo XVI en esta novela histórica.
La Armada Invencible, pintura de Nicholas Hilliard
La Armada Invencible, pintura de Nicholas Hilliard
La Armada Invencible, pintura de Nicholas Hilliard
La Armada Invencible, pintura de Nicholas Hilliard

La historia de la Armada Invencible no fue tal como nos la han contado o, más bien, como nos la ha relatado la propaganda de los adversarios de la España imperial del siglo XVI y XVII. Para empezar, el término “Armada Invencible” fue una mofa de los ingleses, por lo que el nombre correcto con el que se la conocía era el de “Gran Armada”. La denominada leyenda negra, que no era otra cosa que una invención sobre las atrocidades del reinado de Felipe II, el monarca cuyo poder se extendió por media Europa y parte del continente americano, fue una creación fundada en los papeles que robó Antonio Pérez, secretario de Estado del rey. Daba igual si lo que se relataba en los mismos era verdad o mentira. ¿Qué tiene que ver todo esto con la flota de galeones y barcos de guerra que Felipe II mandó a Inglaterra?

Fernando Martínez ha escrito una novela histórica arriesgada en su concepción formal y en la manera en que desarrolla la trama. La misma atrapa desde el primer capítulo y, para componer su narración, el escritor ha recurrido a las vivencias de Francisco de Cuéllar, un capitán que sobrevivió al naufragio de la Gran Armada y que dejó escrita una relación de sus padecimientos, que figura entre los documentos del archivo del Museo Naval. Pero no se ha conformado sólo con eso. En realidad Martínez usa su novela para realizar un retrato de la época del siglo XVI que puede extrapolarse a la actual, salvando las distancias. Problemas como la corrupción, la ineficacia de la mayoría de burócratas, la preeminencia de los mediocres frente a las personas más válidas y el desprecio con que el Estado y la sociedad tratan a sus héroes son temas que siguen vigentes y con pleno vigor, como podemos ver, leer y escuchar en los diferentes medios de comunicación cada día.

Hay dos críticas que se pueden hacer a El náufrago de la Gran Armada. La primera es de tipo externo y suponemos que el autor no es reponsable: no ayuda en nada a la novela el marketing editorial que se hace la misma, tratándola como una historia épica sobre las vicisitudes del propio Cuéllar. El lector que se enfrente a la misma puede pensar que encontrará una historia de aventuras y no es así. Porque Martínez no se conforma con desarrollar de forma novelesca los avatares de Cuéllar en su lucha con la armada inglesa o en el naufragio de los galeones españoles en las costas irlandesas. A través de un estilo fragmentario, usando la técnica de los informes y las notas de despacho, Martínez va dando luz a los preparativos, los problemas y las explicaciones sobre el fracaso de la Armada en los mares ingleses.

Para ello se sirve de personajes históricos como Juan de Idiáquez, secretario de Estado del rey Felipe y verdadero conductor de la trama, Alejandro de Farnesio o el duque de Medina Sidonia. Es decir, se nos da una visión completa de qué pretendía la Armada española en aguas enemigas a través de la voz de los protagonistas que tuvieron la tarea de ejecutar el plan real. Francisco de Cuéllar aparece de forma esporádica en la primera parte de la narración y sólo al final se convierte en el verdadero protagonista de la misma cuando se le encarga recuperar los papeles robados por Antonio Pérez.

Que la novela se estructure de esta manera no le quita ni un ápice de interés ni de entretenimiento. Al contrario, la hace muy diferente a las narraciones lineales que se pueden encontrar en el mercado editorial. A ello contribuye que Martínez ha sabido exponer de forma muy adecuada los tejemanejes políticos, las fidelidades e infidelidades de la época, y el funcionamiento de los servicios de espionaje que se encargaban de hacer llegar la información a los mandatarios para que tomasen decisiones. Y se dejan claras varias cosas: ni la derrota de la Armada fue tan importante como los enemigos de España se encargaron de propalar, ni fue tan dañosa. De hecho, la intención de la Armada era dar apoyo a los tercios de Alejandro de Farnesio en su tarea de desembarcar en Inglaterra y destronar a Isabel I. No lo consiguieron, pero no porque los barcos ingleses se lo impidiesen, sino por los temporales y la mala coordinación. Este fracaso hizo que la guerra entre España e Inglaterra se extendiese otros 16 años, pero acabó con el Tratado de Londres, muy favorable a los intereses españoles.

La segunda crítica, quizá de aspecto más purista, es que no se haya incluido una bibliografía final sobre las fuentes usadas por el autor y destinada a aquellos que quieran profundizar en el fracaso de la Gran Armada. O que tampoco se indique de forma explícita que Cuéllar escribió un relato de sus padecimientos en Irlanda, tras el naufragio, en el que dio buena cuenta de su superviviencia milagrosa y que el mismo forma parte del patrimonio documental español.

En definitiva, una novela histórica valiente en su forma, entretenida y esclarecedora sobre el poder marítimo de España en el siglo XVI, los problemas que aquejaban al imperio de Felipe II y los inicios de la decadencia del poder español sobre buena parte del mundo. Y una apreciación más: en un país como España, rodeado completamente por los mares, extraña el trato de olvido que se ha venido dando a la armada española, centrando todo el interés histórico sobre batallas ganadas (o perdidas) por el Ejército de Tierra.

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