El color del tiempo, de Clarisse Nicoïdski

La poesía de Clarisse Nicoïdski nos devuelve al sefardí, una lengua creada por los judíos expulsados de la Península Ibérica en 1492 y que hunde sus raíces en el castellano antiguo. Sensualidad, pero también dureza y evocación.
Kipá judía |Foto: JoshMb en Pixabay
Kipá judía |Foto: JoshMb en Pixabay
Kipá judía |Foto: JoshMb en Pixabay
Kipá judía |Foto: JoshMb en Pixabay

La historia ha dado buenas muestras de lo crueles que pueden ser los pueblos. España, como centro de poder de Europa durante varios siglos, no ha sido menos y un ejemplo claro fue la expulsión de las personas de religión judía en el año 1492. La orden fue firmada por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, y una de sus consecuencias fue la desaparición de buena parte de la cultura judía en el país. Sin embargo, muchos de aquellos emigrantes forzosos, denominados sefardíes por el nombre que le daban a la Península ibérica (Sefarad), se asentaron en las riberas mediterráneas del Norte de África, y en otros lugares como Turquía, para mantener algunas de sus tradiciones y dar nacimiento a otras. Entre los alumbramientos culturales de esta diáspora se encuentra el sefardí. El color del tiempo (Editorial Sexto Piso, 2014) es la recopilación de la breve obra poética de Clarisse Nicoïdski (1938-1996), francesa que la crítica considera como la poetisa más importante en este idioma del siglo XX.

La poesía de Nicoïdski evoca la historia del sefardí, cristalización de las diferentes formas de español medieval que los judíos expulsados hablaban y que se pierde en la oscuridad de los siglos como una fina hebra que conecta el presente con el siglo XV; el mundo actual, con la España renacentista. Los versos de Nicoïdski nos interesan, pero de igual manera nos parece primordial la unión entre sefardí y lengua castellana.

La obra, en una edición sobria, pero pulcra y muy cuidada, se divide en los tres órganos del cuerpo que conjugan algunos de los sentidos más importantes para captar la realidad: los ojos, las manos y la boca. Ver, tocar, acariciar, apresar, besar, saborear, hablar y respirar. “Cuéntame la historia / que camina en tus ojos / cuando los abres por la mañana /cuando el sol / entra con su aguja de luz / en tus sueños” o esos otros versos que dicen “las dos manos se tomaron / levantaron una fuerza / para tirar paredes / para abrirse los caminos”. Nicoïdski también dedica uno de sus poemas a Federico García Lorca: “Te encontré en el camino de las palabras / me diste de beber tu agua / tan caliente que da sed”. Y de estas palabras en sefardí, Nicodïski hace su camino: “nos detendremos aquí / a esperar / a esperar que nada ocurra / que nadie nos encuentre / tomaremos el tiempo en un jarro / lo beberemos”.

La edición que ha realizado Sexto Piso es bilingüe, es decir, contiene los poemas originales en sefardí, que es fácilmente comprensible por su similitud con el castellano, y la traducción en el español actual realizada por Ernesto Kavi. Más allá del placer evocador, y a veces duro con temas como la muerte o la violencia, no es fetichista leer la poesía de Nicoïdski en en el idioma original, sino una manera de adentrarnos en un hecho crucial para la Historia de España y de su lengua.

El sefardí

El sefardí como lengua surge después de la expulsión de los judíos de la Península ibérica. Es decir, antes de 1492, el idioma que empleaban las personas de confesión judía en los territorios hispánicos era el que usaba cualquier residente. Los que vivían en las regiones catalanas de la Corona de Aragón usaban el catalán. Los que residiesen en el centro, el castellano, etcétera. Cuando se produce la expulsión y la diáspora por la cuenca mediterránea, cada comunidad sigue usando estos idiomas y se entendían entre ellos.

En la tercera generación de expulsados es cuando se crea una lengua estándar, producto de la fusión de las diferentes variedades de idiomas hablados en la Península. Así nace el sefardí, cuya base es el castellano de finales de la Edad Media. Desde el siglo XVI, esta lengua evolucionó de forma diferente y paralela al castellano. Se han encontrado poemas litúrgicos del siglo XVI en sefardí que se consideran su primera manifestación escrita. Se convirtió en un idioma minoritario, asociado a un colectivo determinado y que con el paso de los siglos se iría hundiendo en la Historia. En el norte de Marruecos se habla una variedad de sefardí denominada haketía.

La expulsión de los judíos

El 31 de marzo de 1492, los reyes Isabel y Fernando publicaron la pragmática de expulsión. En ella obligaban a todos aquellos que profesasen la religión judía a abandonar el territorio de ambas coronas o a convertirse al cristianismo, si querían permanecer en ellas. Se daba un plazo de cuatro meses, hasta finales de julio de 1492, y unas limitaciones para llevarse bienes a aquellos que optasen por la expulsión y no la conversión. Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero se calcula que entre 80.000 y 150.000 personas se exiliaron de los territorios peninsulares. Buena parte recaló en Portugal, el reino de Navarra y la Provenza, aunque estos reinos también expulsaron a los judíos que se hallaban en ellos entre 1492 y 1500.

La decisión de los Reyes Católicos, bajo el juicio actual de los derechos humanos, nos parece una barbaridad. Pero no debe comprenderse con los parámetros actuales, sino con los de la época. El judaísmo había convivido en la Península con el cristianismo y el islamismo en un ambiente de tolerancia roto en momentos puntuales. A patir del siglo XII, cuando los reinos cristianos comienzan a reconquuistar terreno a las taifas islámicas, el cristianismo empieza a extenderse. Algunos musulmanes y judíos se convierten, pero en general se tolera la convivencia con otras religiones. A partir del siglo XIV, en periodos de hambrunas, guerras y epidemias, empiezan las primeras persecuciones de judíos y las primeras leyes antisemitas. Y con estos mimbres se llega a finales del siglo XV.

El historiador Miguel Ángel Ladero explica en La España de los Reyes Católicos (Alianza Editorial) que la decisión de ambos monarcas pretendía acabar con el problema de los conversos judaizantes. Es decir, de los judíos que se habían convertido al cristianismo de forma externa, pero en el interior de sus hogares (y conciencias) seguían practicando los ritos de la fe hebrea. La Inquisición, creada en 1473, también presionaba, ya que su jurisdicción no alcanzaba a los judíos por no ser cristianos, lo que limitaba su poder para perseguir, masacrar e imponer la religión católica, que era la única finalidad de esta institución. En este contexto, Isabel y Fernando toman su decisión. A lo que hay que sumar la reciente toma de Granada, el último reino musulmán de la Península, lo que ponía fin a seis siglos de reconquista. La impresión era que el cristianismo lo podía todo y que era la religión verdadera.

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